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José García Domínguez

El Síndrome Garrigues Walker

Suerte que el pueblo español está sabiendo dar la talla en este momento histórico. Es lo único que nos queda.

Suerte que el pueblo español está sabiendo dar la talla en este momento histórico. Es lo único que nos queda.
Antonio Garrigues Walker | Cordon Press

Antonio Garrigues Walker, representante eximio, casi paradigmático, de eso que en todas partes se llama "el establishment", acaba de hacer unas declaraciones a un periódico madrileño a propósito de la querella catalana que reflejan de modo cristalino esa crónica disonancia cognitiva que la élite española experimenta en relación al nacionalismo catalán, ese permanente empeño tan suyo por cerrar los ojos ante una realidad ingrata que no quiere ver. Don Antonio recita ahí, y de corrido, todos los lugares comunes mil veces repetidos sobre la cuestión, los mismos que llevan más de medio siglo embotando el entendimiento de las clases dirigentes hispanas. Tópicos, lagunas y errores de base, por cierto, que todo un Garrigues comparte con un Monedero o un Pablo Iglesias cualquiera. Así, al igual que los jerarcas podemitas, Garrigues también parece ignorar que la mitad de los catalanes no suscriben la fe segregadora e indigenista de los separatistas. De ahí que don Antonio se permita la temeridad analítica de hablar del pueblo catalán y sus deseos presuntos, obviando en todo momento a los que, por lo visto, no pertenecemos a él, dada nuestra vergonzante condición de ciudadanos constitucionalistas. El inconsciente estrábico de Garrigues no se distingue en nada, pongamos por caso, del verbo supremacista de Forcadell cuando predica que los votantes locales de Ciudadanos o del PP no resultan ser en realidad genuinos catalanes. En nada.

Acto seguido, y tras expulsar alegremente a la mitad de los habitantes de Cataluña de su fino análisis, don Antonio expone una retahíla de añejas convenciones manidas, entre las que destacan dos por su definitiva obscenidad intelectual. La primera, de orden conceptual, apela al carácter sentimental de esos caballeros tan modernos, europeos y civilizados a los que tanto parece admirar, los mismos que acaban de sublevarse contra el orden legítimo en Barcelona contando con el respaldo tácito de una fuerza armada de 17.000 uniformados con armas de fuego al cinto. Dice Garrigues, como si eso fuese una justificación atenuante de cualquier conducta, incluidas las delictivas, que el nacionalismo catalán de esos individuos es un sentimiento. Ocurre, sin embargo, que el nacionalismo catalán, pese a lo que cree Garrigues, es una vulgar ideología política, una de tantas. Los sentimientos, en cualquier caso, condicionarán el proceder de las personas que comparten esa particular ideología. Por lo demás, también nazis y comunistas experimentaban emociones y sentimientos personales muy intensos que eran fruto de las doctrinas políticas que habían abrazado en su día. Pero, como en el caso de nuestros nacionalistas domésticos, la fuente de su excitación emocional era la ideología, única y exclusivamente la ideología. Sea como fuere, las emociones, por muy intensas que resulten, no llevan asociado ningún atributo moral en política. Que el señor Junqueras vaya a misa todos los domingos, ayude a las ancianitas a cruzar la calle y sienta una profunda y sincera emoción ante la idea de crear la República catalana, circunstancias que seguramente concurran en su persona, son contingencias que no hacen que deje de ser un peligroso conspirador y golpista que merece la cárcel.

El segundo dislate de Antonio Garrigues, un yerro que comparte con tantos y tantos de sus iguales en el Madrid con mando en plaza, remite a una simple cuestión de desconocimiento de los hechos que vienen aconteciendo en Cataluña en la última década. Pues sostiene ahí Garrigues que la especial virulencia presente de la querella catalana se explicaría por la presión de abajo hacia arriba, no viceversa. Una premisa, esa de don Antonio, que solo plantea un problema, a saber, que es falsa. Simplemente, no es verdad. El famoso Estatut reformado, la causa que ahora esgrimen los cabecillas separatistas para justificar sus bullangas levantiscas, resulta que solo fue votado por el 35% de los catalanes con derecho al sufragio. El famoso Estatut reformado, don Antonio, le importaba una higa a la mayoría de los catalanes. ¿Sabrá Garrigues que después de aquel horrible ataque de Madrit contra la dignidad de nuestro pueblo los independentistas perdieron un montón de votos en las siguientes elecciones regionales? ¿Sabrá que la Esquerra bajó a un insignificante 7% de los votos? Pero acto seguido vino la crisis, un cataclismo económico que destruyó cientos de miles de proyectos de vida en Cataluña. Y con la crisis llegaron, tan oportunas, las mentiras de los nacionalistas amplificadas por sus innumerables terminales mediáticas. El "Espanya ens roba", don Antonio, no surgió de ninguna iniciativa popular espontánea, no fue algo de abajo arriba; bien al contrario, ese reconducir contra España el malestar de las amplias capas de la población golpeadas por la recesión, usando para ello falsedades económicas difundidas de modo masivo por la prensa, ese agit prop cuidadosamente diseñado en los altos despachos de la Generalitat, llegó de arriba abajo. El expolio, las balanzas fiscales, las infraestructuras hurtadas a los catalanes… El veneno inoculado a diario a los catalanes desde TV3 hasta el último boletín parroquial subvencionado, don Antonio, lo han fabricado sus admirados catalanistas, no la pobre gente de la calle.

En fin, suerte que el pueblo español está sabiendo dar la talla en este momento histórico. Es lo único que nos queda, el pueblo.

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