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José García Domínguez

El tam tam de la tribu

Sólo un método se antoja infalible con tal de convencer a la gente de que los bancos estarían a punto de quebrar: repetir un millón de veces que no existe riesgo alguno de que los bancos estén a punto de quebrar.

Por fortuna, nadie les escucha. Sólo esa inopinada combinación de lucidez y desidia colectiva habrá de salvarnos del desastre. Y es que, por muy increíble que parezca, ellos, políticos del Gobierno y de la presunta oposición, es decir, fabricantes profesionales de humo, amén de guionistas de la realidad virtual que se escenifica en el gran teatro de los medios, aún no han comprendido cómo funciona el tam tam de la tribu.

De ahí que no hayan entendido que podría resultar infinitamente más peligroso el efecto multiplicador de su insensato parloteo que el propio riesgo sistémico que esconden los mercados financieros. Porque la poesía no será un arma cargada de futuro, pero una buena ristra de trivialidades balsámicas repetidas ad nauseam en el telediario de las nueve puede devenir en la más mortífera bomba de relojería. Al cabo, sólo un método se antoja infalible con tal de convencer a la gente de que los bancos estarían a punto de quebrar: repetir un millón de veces que no existe riesgo alguno de que los bancos estén a punto de quebrar.

Bien, pues precisamente en eso me andan. Zapatero, con el tosco sonsonete de que nuestro sistema financiero se le antoja "muy sólido" a su gaseoso saber y entender. Solbes, insistiendo en que el dinero de los españoles está "muy seguro", allá donde quiera que lo hayan metido quienes lo administren . Rajoy, rematando el mismo balón ("en España no peligran los depósitos de nadie"), para que el respetable público no deje de asociar la palabra "peligro" al sintagma "depósito bancario". El presidente de las Cajas de Ahorros, exhibiendo una inquietante felicidad alucinógena por todos los platós.

La Asociación Española de la Banca, emitiendo comunicados absurdos ("el sistema bancario español está bien") a fin de que a nadie le quede la menor duda ya de que esto se va a pique. Y por si aún faltara una peseta para el duro, la habitual troupe de los "expertos", ahora, en plan incansables conejitos de Duracell: "Tranquilos, no pasa nada. Tranquilos, no pasa nada. Tranquilos, no pasa nada. Tranquilos..."

Mas todo ese esfuerzo ha de ser baldío: nadie les escucha. Igual que nadie quiso escuchar a Alan Greenspan, en 1996, cuando dio en alertar sobre la "exhuberancia irracional de los mercados". Como, ¡ay!, tampoco nadie escucharía a cierto Joseph Lawrence, por entonces prestigioso gurú de Princenton, la mañana del mismo 21 de octubre de 1929 en que sobrevino el final de la fiesta. Qué bonito aquel discurso suyo que empezaba tal que así:

"La coincidencia en el juicio de millones de personas cuyas estimaciones hacen funcionar ese admirable mercado que es la Bolsa, se traduce en que las acciones no estén en este momento sobrevaloradas. ¿Dónde está ese grupo de hombres que, con su omnisciente sabiduría, pretendían oponer su veto al juicio de esta inteligente multitud?".

En Libre Mercado

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