Gracias a Suetonio sabemos que nada nuevo hay bajo el sol de las rotativas de prensa. Así, es él quien testimonia en un papiro que fue Calígula el que diera renombre y esplendor a los juegos que se celebraban en la ciudad de Lyon, ante el altar de Augusto. Como también por él tenemos noticia de que, concluida la competición, los triunfadores en las tenidas de elocuencia –aquellos que con superior retórica cantaran las gestas del pariente de Nerón– obtenían sus trofeos de manos de los vencidos. Además, cuenta que los mismos derrotados se veían obligados a recitar ante el populacho el elogio de sus vencedores. Tal era la voluntad del Emperador. Y si entre los ripios en gloria de los laureados hubiese alguno que fuera juzgado indigno –por insuficiente–, el autor era obligado a borrar su tablilla con la lengua, antes de ser azotado, correctivo que precedía al lanzamiento del desgraciado a las aguas del Ródano. Es decir, gracias al cuate de Juvenal conocemos que la carrera de ratas que empieza hoy, ésa que acaba de convocar Rodríguez para convertir a las víctimas en verdugos, a los verdugos en oponentes, a los oponentes en criminales, a los criminales en franciscanos, a los franciscanos en fanáticos, y a los fanáticos en víctimas, alberga cualquier cosa menos novedad histórica.
José García Domínguez
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Empieza la carrera de ratas
Por una vez, habría de madrugar para ser el primero en llamar “facciosos” a Redondo Terreros, Rosa Díez, Gotzone Mora y los demás socialistas vascos que anteponen sus principios a sus piscinas
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