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José García Domínguez

Enrique Múgica, un patriota

¿Desde cuándo lo "progresista" consiste en resucitar fantasmagóricos derechos medievales y defender el concepto de soberanía emanado de la Revolución Francesa deviene sinónimo de rancio "conservadurismo"?

Al tiempo que Zapatero predica su respeto hacia el editorial trabucaire, Montilla no pierde ocasión de calumniar al hombre que creó el PSOE en la clandestinidad mientras él visionaba La mula Francis en un televisor de Iznájar. Así, tras recordársele en el sucedáneo local de 59 Segundos que también el defensor del pueblo ha repudiado el Estatut ante el Constitucional, el Muy Presuntamente Honorable, haciendo honor a su fama de erudito jurisconsulto, sentenció, impertérrito: "El defensor del pueblo fue nombrado por José María Aznar, y ha estado actuando al servicio del Partido Popular".

Aunque uno, en su ignorancia enciclopédica, andaba persuadido de que a Múgica lo habían elegido Congreso y Senado, en ambos casos, además, por mayorías cualificadas de tres quintos. Pero se ve que no, que ese catalanófobo compulsivo sigue en su cargo sólo porque La Moncloa no concede cesarlo. Será que también Zetapé conspira contra la dignidad de Cataluña a sueldo de FAES. Por lo demás, ha hecho falta la proverbial torpeza del Mudito con tal de poner ante el espejo de sus contradicciones topográficas a los albaceas del Estatut. Y es que Rajoy, desaparecido en combate, ha devenido incapaz de señalar a Múgica durante tres años. Elemental gesto que, por sí mismo, hubiese refutado la falacia de que el contencioso contrapone una cosmovisión conservadora frente a otra progresista.

La conversión de las cuatro provincias en nación; la atribución a la recién nacida de la liturgia simbólica propia de tal rango; la brumosa apelación al pueblo catalán como sujeto de la soberanía; unos enigmáticos derechos históricos que nadie acierta a comprender ni concretar; esa rocambolesca financiación específica pero genérica, diferenciada aunque común y particular si bien ordinaria; la alegre usurpación de competencias estatales; la expulsión sin mayores miramientos del defensor del pueblo; la proscripción definitiva del teórico bilingüismo que todavía se arrastraba, moribundo, por el papel mojado de las leyes; la flamante bilateralidad, en fin, como principio rector de la ficción confederal...

¿Qué demonios tendrán que ver todas esas usurpaciones con derechas o izquierdas? ¿Desde cuándo lo "progresista" consiste en resucitar fantasmagóricos derechos medievales y defender el concepto de soberanía emanado de la Revolución Francesa deviene sinónimo de rancio "conservadurismo"? Quizá habría que preguntárselo a Enrique Múgica, que ése es su verdadero talón de Aquiles, y no las señoritas del PP.

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