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José García Domínguez

Es la hora del centro-izquierda

El Partido Popular tiene que ceder el poder ahora si quiere conservar algún porvenir en el futuro.

El Partido Popular tiene que ceder el poder ahora si quiere conservar algún porvenir en el futuro.
EFE

El Partido Popular tiene que ceder el poder ahora si quiere conservar algún porvenir en el futuro. Les guste o no, deberán hacerlo. A fin de cuentas, ellos no son otra cosa más que la expresión política del establishment. Y, en esta hora incierta, todos los afanes del establishment pasan porque uno de los partidos del turno apuntale el statu quo con el auxilio de Ciudadanos. Partido que, ¡ay!, resulta ser el PSOE, no el PP. Una situación, la actual, que se parece mucho a aquella que se dio cuando los Pactos de la Moncloa. Entonces, recuérdese, la izquierda socialista y comunista cedió carros y carretas en la cuestión económica a cambio de concesiones políticas democratizadoras (los Pactos de la Moncloa incluyeron en su letra menuda incluso la legalización del divorcio, asunto que levantaría airadas ampollas entre la carcundia meapilas del Régimen incrustada ya en la dirección de UCD). Tantos años después, se repite la escena. De nuevo la derecha política se ve impelida a ceder espacios de control institucional con la esperanza de que la izquierda dinástica y sus socios circunstanciales cierren el paso a Podemos.

Visto el escenario con una cierta perspectiva temporal, eso que un marxista de los de antes llamaría las condiciones objetivas favorece con descaro a los de Pablo Iglesias. El muy raquítico Estado del Bienestar español, último baluarte de legitimación y defensa del sistema frente a la disidencia organizada, está condenado a muerte. Es un lujo demasiado caro para un país de camareros y friegaplatos con contratos temporales y sueldos de 800 euros. Así de simple. Y el día ya no tan lejano en que ese último muro de contención ceda, los barbaros tomarán Roma. Nadie entonces los podrá parar. Absolutamente nadie. Contempladas las cosas desde esa misma óptica amplia, la lenta descomposición de la Zona Euro tiene algo de tragedia clásica: los Estados-nación, personajes centrales de la obra, nada pueden hacer para cambiar su sino fatal. Lejos de acortarse, las asimetrías entre el Sur hiperendeudado y el Norte acreedor resultan cada día mayores. Y es que el espejismo de la recuperación no resulta ser más que eso, un simple espejismo. Solo algo resulta seguro: el estado de excepción económico va para largo. De ahí que la prioridad primera de un Gobierno de centro-izquierda en España pase por elaborar un gran plan de rescate, pero de las personas, no de los bancos y los banqueros.

En esa misma dirección van tanto la propuesta de una renta garantizada que postula Podemos como la del complemento salarial, aquella idea de Milton Friedman que aquí defiende Luis Garicano, como, en fin, ese ingreso mínimo vital del PSOE. Propuestas criticables, las tres, y no únicamente por el obvio incentivo perverso de que pudiesen desalentar el trabajo, sino por su connivencia con la triste mediocridad del modelo productivo que han favorecido los tecnócratas de Rajoy durante la legislatura última. Por ejemplo, es sabido, el Gobierno de Estados Unidos subvenciona con 1.200 millones de dólares al año a la compañía McDonald's en concepto de complementos salariales para los empleados peor pagados de sus restaurantes. ¿Tendría sentido que en España, un país cuya primera industria es el turismo, los contribuyentes subvencionasen con sus impuestos la comida y la cena de los turistas extranjeros que nos visitan? Hay mucho, sí, que pulir en esas tres propuestas. Púlase. Púlase bien. Y una vez pulido y repulido, preséntese algún híbrido sincrético de las tres en la investidura de Pedro Sanchez. Y hágase con inteligencia, la suficiente para que la bancada Podemos no pueda votar en contra sin que se le tire encima su clientela electoral. Y hágase ya. Que la Historia no nos tenga que juzgar también a nosotros por haber desperdiciado esta oportunidad.              

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