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José García Domínguez

Este año se acabará España

Este año, es sabido, se acabará España. Y el que viene. Y el otro. España siempre se está acabando.

Este año, es sabido, se acabará España. Y el que viene. Y el otro. Y dentro de un siglo, el 2 de enero de 2114, también se acabará España. España siempre se está acabando. Como picar para el alacrán, acabarse una y otra vez, sin cesar, forma parte de su naturaleza. España, pues, se acabará cualquier día de estos. Lo que nunca se acabará, sin embargo, es el patológico antiespañolismo de los españoles. Ese estéril hipercriticismo masoquista que domina la escena nacional. El fatalismo vacuo, cainita y paralizante que aquí solemos confundir con un loable sentimiento cívico. Porque nadie es más antiespañol que los españoles. Extraño país el nuestro. Ni el más atrabiliario e iracundo de los independentistas catalanes se refiere al resto de los habitantes de la península con el desprecio que ellos se profesan entre sí.

Por eso, yo no creo que el primer problema de España sea el separatismo catalán. El primer problema de España siguen siendo los españoles, su inconsciente interiorización, aún hoy, de la maldita leyenda negra. Porque únicamente existe algo más irritante que la altiva soberbia con que los secesionistas se prodigan contra España: el paralelo desdén hacia su propio país del resto de los españoles. El auto-odio, nuestra mayor desgracia colectiva como nación. Cien años después, insistimos en cultivar el castizo autodesprecio de los Unamuno, los Ortega, los Baroja. El que tanto daño hiciera entonces, el que tanto daño continúa haciendo hoy. Con la única diferencia, aunque no baladí, de que el repudio de España no emana ahora de las gentes de letras, grandes o pequeñas, sino de esa innumera legión de charlistas y papagayos mediáticos que ha venido a usurpar su función social.

Al respecto, apenas ha cambiado la prosa, hoy más roma y torpe como corresponde al espíritu de los tiempos. Por lo demás, idéntico escepticismo yermo, tremendismo falaz y derrotismo irresponsable. En parte alguna encontrará mejores aliados el separatismo catalán que entre sus enemigos presuntos. A los catalanistas la impagable labor de desgaste permanente, de zapa cotidiana, se la han hecho siempre las termitas de la Meseta. Llevamos más de cien años suplantándolos en el trabajo sucio. Y, para más inri, gratis. ¿Tanto costará entender que el primer paso para salvar la idea de España como proyecto común consiste en recuperar la estima por nosotros mismos? El objetivo obsesivo de Artur Mas, el alfa y el omega de sus afanes todos, es destruir España. Dejemos de ayudarle de una vez.

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