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José García Domínguez

Europa es el problema, no la solución

Aquí nadie pone en cuestión ni una sola coma del dogma europeo.

Aquí nadie pone en cuestión ni una sola coma del dogma europeo.

Cuenta la leyenda que cuando la Argentina aún era la Argentina, un periodista inglés interrogó al general Perón por cuáles eran las principales corrientes políticas del país. Entonces, el caudillo de la Pampa comenzó a referirlas con cierta parsimonia. Estaban, según él, los radicales, los socialistas, los liberales, los comunistas, los democristianos… Algo inquieto ya, el inglés le interrumpió llegado ese punto para preguntar por los peronistas. "¿Los peronistas, dice usted? Peronistas son todos", espetó Perón. Y aquí, con Europa viene a pasar otro tanto de lo mismo: europeístas son todos. Inimaginable en España, acaso el país más castigado por la cotización actual del euro, ver a un primer ministro, como Manolo Valls en Francia, exigiendo la urgente devaluación de la divisa común.

Ni los grandes, PP y PSOE, ni la constelación de airados enanitos que pugnarán por un hueco al sol en esta campaña, aquí nadie pone en cuestión ni una sola coma del dogma europeo. Por eso, en las próximas semanas se va a hablar de todo menos de Europa. Ni una Le Pen, pues, clamando por la quiebra de la soberanía nacional, ni un Wilder, ni un UKIP británico, ni una Liga Norte, ni unos Verdaderos Finlandeses, ni tampoco una Syriza. Nada. Y no es que España sea más europeísta que nadie. Lo que ocurre es que España cree menos en sí misma que nadie. En el fondo, tras ese inopinado consenso en torno a la UE late aquel viejo fatalismo orteguiano, el del "España es el problema y Europa la solución". De ahí la unanimidad. Lo malo es que, un siglo después, los términos del aforismo se han invertido: ahora el problema es Europa, no España. Y hace falta estar tan ciego como nuestra elite política y mediática para no verlo.

Desengañémonos, es simplemente falso que la causa de este desastre remita a las famosas hipotecas subprime yanquis. El derrumbe europeo se hubiera producido igual aunque no hubiese habido ni una sola subprime en los libros de la banca. Las subprime apenas fueron la espoleta de una bomba llamada a explotar de todos modos. Porque el verdadero problema del sur de Europa, España incluida, era otro: la balanza por cuenta corriente. Y es un problema que no tiene solución. No mientras Alemania mantenga su política de superávit exterior y el sur, España incluida, permanezca atrapado dentro del euro. Ni los grandes, PP y PSOE, ni tampoco los airados enanitos parecen haber entendido lo evidente, a saber, que, una vez inserta en la moneda única, España solo dispone de dos alternativas posibles: o igualar la productividad industrial de Alemania o acelerar el proceso de voladura de su tejido productivo, la destrucción masiva de instalaciones fabriles que comenzara en 2007. No hay ninguna otra opción a largo plazo. Ninguna. Así de simple. Así de desolador. Y los candidatos, todos, entretenidos con batallitas domésticas.

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