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José García Domínguez

Finlandia: el mejor sistema educativo del mundo

Su sistema no solo es el mejor del mundo, también resulta ser el más descentralizado, autónomo, heterogéneo, desburocratizado y atomizado del mundo.

Su sistema no solo es el mejor del mundo, también resulta ser el más descentralizado, autónomo, heterogéneo, desburocratizado y atomizado del mundo.

Estados Unidos, Alemania y Japón son grandes naciones que fabrican las mejores máquinas del planeta. Pero las mejores personas las produce un pequeño país de apenas cinco millones de habitantes llamado Finlandia. Lo certifican año tras año sus resultados en el informe PISA. Por eso hay mucho que aprender de su sistema educativo público (en Finlandia no hay colegios privados y los concertados suponen una minoría). Sobre todo, para olvidar de una vez los raídos tópicos canónicos a cuenta de los factores de éxito en los modelos docentes. Porque si algo certifica el caso finés es que la mayor parte de esos lugares comunes encierran prejuicios falsos. Por ejemplo, la tan hispánica obsesión por que los niños aprendan a leer y escribir cuanto antes, ya en la guardería a ser posible. Es de sobra sabido, los escolares finlandeses acreditan el mejor nivel de comprensión lectora del planeta. Bien, pues resulta que no les enseñan a leer hasta que hayan cumplido los siete años de edad. Iniciar el proceso mucho antes, como aquí, lo consideran antipedagógico y contraproducente. Otra convención manida, el dinero. Sucede que allí maestros y profesores de secundaria ingresan un salario neto similar al de sus compañeros españoles. No se trata, en consecuencia, de un problema de nóminas.

Por lo demás, tampoco el muy amplio apoyo económico a las familias que ofrece su Estado del Bienestar sirve para explicar el éxito. Esa misma protección pública hacia los más débiles –e incluso superior– se da asimismo en el resto de los países nórdicos, sin embargo sus resultados académicos no alcanzan idéntico nivel de excelencia. ¿Dónde se esconde entonces el gran secreto de Finlandia? De entrada, en un rasgo propio de su identidad nacional: la responsabilidad de los padres hacia la formación de sus hijos. Al respecto, un simple dato estadístico sirve para ilustrar el océano moral que separa a España de Finlandia. Así, mientras apenas el 15% de las familias españolas consideran su obligación primera la educación de los hijos, el porcentaje se eleva hasta un 55% entre los finlandeses. Luego, una cuestión en apariencia prosaica: ninguna película ni serie de televisión se dobla jamás a los idiomas nacionales. Acostumbrados a los subtítulos desde la primera infancia, los niños ganan en rapidez lectora, por un lado, y se sumergen en las lenguas extranjeras, por otro. Creen los finlandeses, y no se equivocan, que la educación es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos del mercado. Pero tampoco han caído en el error de cedérsela por entero al Estado.

En consecuencia, su sistema no solo es el mejor del mundo, también resulta ser el más descentralizado, autónomo, heterogéneo, desburocratizado y atomizado del mundo. El Ministerio de Educación se limita a poner el dinero y unas pocas directrices genéricas. Todo lo demás recae bajo la competencia de padres y profesores. Los colegios dependen de los ayuntamientos, que contratan mediante anuncios en la prensa a los directores. Éstos, a su vez, seleccionan al profesorado. No hay nada parecido a un método de oposiciones para acceder a la función docente. De hecho, la elección de los profesores se realiza justo al revés que en España. Los escogen antes de que empiecen sus estudios universitarios, no una vez los hayan concluido. Lograr plaza en una escuela de Magisterio resulta en extremo difícil (se exige a los aspirantes una nota media superior al 9 en el bachillerato). Y además han de acreditar su sensibilidad artística y social ante un tribunal (creen los finlandeses que quien únicamente piense en sí mismo y en el dinero es mejor que no se acerque demasiado a sus hijos). Huelga decir que todos los licenciados consiguen un empleo en la red educativa nada más obtener el título. Que los profesores posean allí el prestigio y la consideración social que nosotros reservamos en exclusiva para los futbolistas y las princesas del pueblo es el corolario lógico, en fin, de ese estado de cosas. Cuánta envidia. Cuánta pena.

Nota bene: la mejor información en español sobre el modelo educativo de Finlandia está contenida en un libro de reciente publicación. Su título es Gracias, Finlandia. Y su autor, el pedagogo barcelonés Xavier Melgarejo.

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