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José García Domínguez

Junqueras se jubila

La cárcel le está ayudando a reconciliarse con el mundo real de los adultos a pasos acelerados.

La cárcel le está ayudando a reconciliarse con el mundo real de los adultos a pasos acelerados.
EFE

La noticia no es que otra oscura, mediocre y anodina insignificancia comarcal, esa Marta Rovira de la lágrima fácil, el rostro pétreo y el verbo atrabancado, vaya a postularse para ocupar la presidencia de lo que todavía quede de Cataluña el próximo 21 de diciembre. La verdadera noticia es que Oriol Junqueras, su mentor, padrino y avalista, ha elegido esa forma oblicua, la de designar a su tapada al modo mexicano, para anunciar a los suyos que se retira de la vida política. Y para siempre. Junqueras, hombre a quien la cárcel está ayudando a reconciliarse con el mundo real de los adultos a pasos acelerados, ha entendido ya lo que, por lo demás, se antoja evidente para cualquiera. Algo que también comprendieron Carod y Puigcercós tras el definitivo fiasco de aquella reforma del Estatut con la que se quiso derogar la Constitución por y desde Cataluña. Tras el visto y no visto de la non nata República catalana y el ridículo de la tocata y fuga de Puigdemont dejando con un palmo de narices a los creyentes, toda una generación de dirigentes nacionalistas ha quedado desacreditada y amortizada por los siglos de los siglos.

Y Junqueras, decíamos, parece que lo ha entendido. No así, en cambio, el Payés Errante. He ahí la paradoja. Los radicales presuntos que habrían forzado el cruce del Rubicón impidiendo una convocatoria de elecciones autonómicas en el último minuto antes de la intervención, esto es la Esquerra, marcan ahora distancias, si no de forma expresa sí tácita, con la vía insurreccional. Al contrario, los presuntos cínicos aficionados al póker ciego, Mas, Puigdemont y compañía, insisten a todas horas en vindicar el procesismo. Pero lo único que hay tras esa aparente contradicción es la definitiva desaparición de un espacio político en Cataluña, el que ocupó la coalición CiU durante tres décadas. Así, del mismo modo que no existe clientela potencial en la plaza para partido regionalista alguno, el famoso catalanismo moderado también ha pasado a mejor vida. En los despacho del poder de Madrid todavía fantasean con ese frívolo aventurero, Santi Vila, queriendo creer que sería posible reconstruir una suerte de pujolismo sin Pujol, un revival de CiU sin CiU. Sueñan despiertos. El grueso de las clases medias de orígenes autóctonos y tradición cultural catalanista ha consumado el proceso de ruptura sentimental con España. El éxito póstumo de Pujol habrá sido ese.

Para ellos, España solo es el enemigo a batir. Solo eso. Así las cosas, Puigdemont se ha mantenido en la retórica apocalíptica de la insurgencia para tratar de salvar algún mueble ante el inminente naufragio que espera al PDeCAT frente a la Esquerra el próximo 21 de diciembre. Compiten por un mismo electorado, esa masa del independentismo indigenista que desde hace un lustro se derrama entusiasta por las calles apoyando la asonada, un mundo autorreferencial en el que se se han extinguido por completo los viejos matices diferenciales del pasado. En cuanto a ERC, que se sabe con posibilidades ciertas de gobernar, el objetivo es repetir, tantos años después, el epílogo del 6 de octubre de 1934. Recuérdese, tras el fiasco de las diez horas del Estat Català (aquella vez no fueron diez segundos de reloj) y las consiguientes responsabilidades penales de los inductores, una alianza electoral entre el catalanismo asilvestrado y la izquierda toda española llevó a lograr el objetivo de la amnistía para Companys y los suyos. La alianza en ciernes de ERC con Podemos y sus complicidades catalanas tiene, nadie lo ignore, ese mismo objetivo: sacar a los golpistas de octubre de la cárcel. Ahora, su primer objetivo no es la independencia sino la impunidad. En ello están.

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