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José García Domínguez

La aristocracia sindical

El exclusivo club de quienes se han blindado contra el mercado merced a los contratos indefinidos, he ahí la genuina sangre azul que el sábado aireó sus blasones, desfilando altiva por las calles de Madrid.

Algo antes de que el Gran Wyoming pasara a convertirse en el referente intelectual y moral de la socialdemocracia, Kautsky, el renegado más célebre de la Historia, pergeñó la doctrina de la aristocracia obrera. Un asunto, ése de los proletarios convertidos en los primeros explotadores de la plusvalía del prójimo, que al compañero Cándido Méndez le debe sonar a chino mandarín, aunque no a Toxo. Y es que todavía hay clases: no es lo mismo Comisiones, una gremial que nació de la izquierda pata negra, con genuino pedigrí antifranquista, que la UGT, un tinglado funcionarial concebido ex profeso para pastar a la sombra del Presupuesto.

Méndez, que lo más subversivo que ha hecho en toda su vida fue animar al Jaén en la grada del Cádiz, de esas cosas no entiende. Pero Toxo, que ejerció de trotskista en la LCR antes que de fraile mendicante en la procesión del buen rollito zapateril, seguro que lo sabe. Sabe que lo que la vieja izquierda, la decente, siempre consideró intolerable, escindir a los trabajadores en castas enfrentadas, se parece como dos gotas de agua a lo que defienden con uñas y dientes los sindicatos, hoy. Ya lo advirtió aquél: al final, todo el mundo acaba pareciéndose a su peor enemigo.

Así, la aristocracia obrera que denunciara Kautsky, aquellos asalariados de las metrópolis que asentaron sus privilegios sobre la sórdida miseria de sus iguales en las colonias, se reencarna ahora en la novísima nobleza poscapitalista. El exclusivo club de quienes se han blindado contra el mercado merced a los contratos indefinidos, he ahí la genuina sangre azul que el sábado aireó sus blasones, desfilando altiva por las calles de Madrid. Y motivos con tal de sentirse orgullosa de su Gobierno le sobraban, por cierto.

Al cabo, España logró el mismo día una hazaña internacional llamada a pasar a los anales. A saber, en la OCDE, sólo Lituania ha sido capaz de destruir más empleos que nuestra patricia economía estamental. Un alarde que, por lo demás, no esconde ningún misterioso arcano. Simplemente, el paro masivo, crónico y estructural de los jóvenes del Tercer Estado constituye el perentorio derecho de pernada exigido por la nobleza sindical con tal de garantizar la inamovible estabilidad laboral de toda su distinguida estirpe. Así de simple. Así de estúpido. Así de clasista.  

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