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José García Domínguez

La cabeza de Rajoy a cambio de la gran coalición

Está por ver que el ciudadano Pedro Sánchez Castejón posea eso que llaman sentido del Estado, pero instinto de supervivencia seguro que no le ha de faltar.

Está por ver que el ciudadano Pedro Sánchez Castejón posea eso que llaman sentido del Estado, pero instinto de supervivencia seguro que no le ha de faltar.

Está por ver que el ciudadano Pedro Sánchez Castejón posea eso que llaman sentido del Estado, pero instinto de supervivencia seguro que no le ha de faltar. Nadie que ansíe permanecer durante más de cinco minutos en su oficio puede carecer de él. Sánchez, como todos los jóvenes, creerá en su fuero interno que va a comerse el mundo. Sin embargo, será el mundo quien se lo coma a él si no acaba siendo capaz de comprender, y rápido, que su propia suerte personal va ligada ahora mismo a la del Partido Popular. Porque si arbolar un Ejecutivo del que no formen parte PP y PSOE se antoja misión imposible con ese carajal aritmético que nos ha condimentado el sabio pueblo, ir a una repetición de las elecciones supondría un suicidio para el Partido Socialista; simplemente, un suicidio.

Léanse los perezosos la letra pequeña de la Constitución: en caso de adelanto electoral, tras la formación de Gobierno, no podría producirse una ulterior llamada a las urnas hasta una vez transcurrido el periodo de un año. Así las cosas, ¿qué hacer si se repitieran los resultados del 20-D? Y ese aún sería el mejor de los escenarios imaginables; el mejor, sin la menor duda. Porque el desenlace lógico de una disolución precipitada de las Cámaras invita a adivinar el crecimiento exponencial de los apoyos a Podemos, los genuinos vencedores morales –y mediáticos– del domingo pasado, en detrimento del PSOE. ¿Qué opción le restaría a Sánchez durante esos doce meses de obligada penitencia, sintiendo el aliento de los polemistas en la nuca tras un más que previsible sorpasso?

No podría votar ninguna ley impopular en el Congreso por miedo a acabar corriendo idéntica suerte que el difunto Pasok. Y no podría aliarse con los nuevos populistas de izquierda desde una posición subordinada por lo mismo. Aunque por razones distintas y distantes, un adelanto electoral en las actuales circunstancias equivaldría a la crónica de una muerte anunciada tanto para el PSOE como para Ciudadanos. El mal menor, esto es la gran coalición, sin duda suscitaría de entrada airados rechazos dentro de las filas socialistas, pero ese previsible descontento cabría apaciguarlo entregándoles en bandeja de plata la cabeza de Rajoy.

Algo, que el líder nominal del partido de la derecha responda por Pedro, Juan o Mariano, que en el fondo no tiene mayor importancia, salvo para la familia directa del susodicho. Sáenz de Santamaría, o cualquier otro nombre que surgiese de la previsible reyerta interna entre los distintos grupos de poder territorial que conviven bajo la marca Partido Popular, podría ocupar su puesto. Enmendar la reforma laboral, una fractura de los consensos básicos que se ha revelado inútil a la postre (todo el empleo que se crea en España es temporal, algo que nada tiene que ver con el contenido efectivo de esa norma), pudiera constituir un segundo pago a cuenta a fin de doblegar la resistencia del PSOE a hacer viable la legislatura. Nada imposible ni descabellado, si bien se mira. Aunque, claro, quizá prefieran el abismo.

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