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José García Domínguez

La carta del Rey

Sea el Rey el primero en hablar, pero síganle todos. Todos, sin excepción.

Por una vez, parece que el Rey ha recordado que su oficio le obliga a ser monárquico. Y es que ni la legalidad democrática ni una Corona que se asienta y legitima en el orden constitucional tendrían asegurado futuro alguno de consumarse la amenaza separatista en Cataluña. Desengáñense los hijos putativos del Doctor Pangloss, tras el órdago de los catalanistas, no hay más horizonte que el balcánico. Ninguno más. Al respecto, empeñarse en fantasear con divorcios de terciopelo es querer desconocer no solo la historia de España, sino la de la Europa contemporánea, empezando por Sarajevo en 1914 y terminando por la misma Sarajevo en 1991.

Porque nadie va a romper el Estado nacional más antiguo del continente sin sangre, sudor y lágrimas. Y el aprendiz de brujo que se atreva a abrir la caja de Pandora ha de saber que ésa será su responsabilidad ante las generaciones futuras. Al igual que responsabilidad de los contemporáneos, empezando por don Juan Carlos y acabando por el último exponente de la sociedad civil, es tomar pública postura ante el desafío. Sea el Rey el primero en hablar, pero síganle todos. Todos, sin excepción. Porque callar ante la circunstancia actual implica mucho más que un gesto de personal cobardía: supone un acto de complicidad tácita con los sediciosos.

Por cierto, ya se ha pronunciado, y sin ambages, el jefe de la leal oposición. Que si lo que ansían es destruir España, lo tendrán enfrente, ha aclarado Rubalcaba con ese tono pedagógico que le es tan caro. Urge, sin embargo, que el presidente Rajoy explicite cuanto antes dónde lo encontraremos a él llegada tal eventualidad. Del mismo modo que se impone escuchar la voz de los empresarios sin coartadas ni escapistas arabescos retóricos. Por ejemplo, la de don Joan Rosell. He ahí un ciudadano sobre el que recae la inexcusable obligación moral de aclarar si desea, o no, que Cataluña siga formando parte de España. Un imperativo que igual alcanza a don José Manuel Lara Bosch, al señor Conde de Godó y a todos esos ilustres apellidos fabriles que son algo desde que la Península pasó por el tubo del Arancel Cambó. Al fin, ha llegado el momento de enseñar las cartas. Veamos, pues, quién iba de farol. 

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