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José García Domínguez

La entrevista

De ahí que Ciudad Real o la muy noble villa de Lérida, entrañables referentes comarcales que con el autobús de línea iban más que servidos, presuman hoy de aeropuerto. Un dislate de calibre tal que ya justificaría la entera privatización del sector.

Silentes Zapatero y Rajoy, ignoramos si del parto de los montes (de piedad) habrá nacido, al fin, la certeza de que la mitad del sistema financiero español resulta algo demasiado importante como para dejarlo en manos de diecisiete napoleones de Notting Hill y varias docenas de excelentísimos presidentes de Diputación, amén, claro, de sus bulímicas partidas de concejales de urbanismo. Así las cajas de ahorros, todas ellas sujetas al impune descontrol de unos órganos dizque de gobierno que, a imagen y semejanza del gallego, sólo responden de sus actos ante Dios y ante la Historia. Y no, como cualquier hijo de vecino, frente a una junta general de vulgares accionistas que arriesguen su dinero en el empeño societario.

De ahí, entre mil onerosas extravagancias, que Ciudad Real o la muy noble villa de Lérida, entrañables referentes comarcales que con el autobús de línea iban más que servidos, presuman hoy de flamante aeropuerto propio. Un dislate de calibre tal, ése, que en sí mismo justificaría la entera privatización del sector. Por lo demás, Caja Castilla-La Mancha supuso, ahora lo sabemos, la puntita del iceberg. Apenas la pública constatación de que, hechos a disparar con pólvora del Rey, los desprendidos gestores corporativos, nombrados a su vez por los alegres caciques pedáneos, habían perdido el control de la situación. Por eso, el apaño de urgencia entre PP y PSOE a cuenta del pozo sin fondo llamado FROB.

Y en esto llegó Bruselas con la pregunta del millón. A saber, si las cajas no son de nadie, ni siquiera del viento, al carecer de propietario cierto, ¿qué hará el Gobierno cuando muchas de esas huerfanitas errantes no sean capaces de devolver el dinero público que ahora se les presta? En el caso de los bancos, la respuesta es sabida: confiscar parte de sus acciones. Pero, ¿y ellas? ¿Qué hacer con las cajas? He ahí el secreto a voces mejor guardado desde el inicio del tercer milenio. El goloso asunto sobre el que, a no dudar, se habrán prometido santa omertá los de la cita monclovita. Pues la UE, que no tolera subvenciones financieras, ha bendecido el FROB. Ergo, Europa ya conoce la respuesta oficial. La única lógica: su urgente venta al mejor postor en pública subasta.

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