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José García Domínguez

La mano izquierda de Macron

El flamante presidente francés ha designado como jefe supremo de su guardia de corps a un profundo escéptico con la viabilidad presente y futura del euro.

El flamante presidente francés ha designado como jefe supremo de su guardia de corps a un profundo escéptico con la viabilidad presente y futura del euro.
EFE

Prueba de la brillante lucidez estratégica de Macron es que ha sabido asumir el grueso del canon liberal en el ideario de su nuevo proyecto sin por ello renunciar de forma expresa a la vasta herencia intelectual del reformismo socialdemócrata, inteligente movimiento que ahora le permitirá pescar en ese ingente caladero de votos que, en Francia igual que en España, va a dejar huérfano y abandonado a su suerte el imparable proceso de descomposición interna de sus respectivos partidos socialistas. Una ecléctica lucidez, la de Macron, que igual se ha manifestado en la elección de Jean Pisani-Ferry, el creador del think tank Bruegel, como su hombre de máxima confianza, la persona que a partir de ahora se encargará de dirigir el muy exclusivo sanedrín de asesores que dará forma al círculo más íntimo del presidente. Y es que Pisani-Ferry, un exponente de esa aristocracia republicana que tanto ha sabido cultivar Francia, la elite meritocrática y exquisitamente formada que sigue marcando la diferencia entre sus minorías rectoras y las del resto del continente, para nada responde al perfil convencional de tantos tecnócratas al uso, esos engolados loros que repiten de carrerilla los lugares comunes de la ortodoxia que mana de Berlín y Bruselas.

Bien al contrario, Macron ha designado como jefe supremo de su guardia de corps a un profundo escéptico con la viabilidad presente y futura del euro. Pisani-Ferry, nieto de otro Pisani que fue varias veces ministro con De Gaulle, y descendiente directo del legendario Jules Ferry que implantó la escuela pública, laica y obligatoria en Francia, suscribe la premisa mayor de que el origen último de la crisis europea no debe ser achacado a los Estados y sus pretendidos pecados con el gasto público, sino a los hondos errores de diseño institucional que arrostran tanto el Tratado de Maastricht como el euro mismo. Así, para el cerebro pensante de Macron, las famosas reformas estructurales, esa cansina cantinela con que nos bombardean a diario desde 2008, donde en verdad hay que aplicarlas es en Bruselas, no en Madrid, París, Roma o Lisboa. Al cabo, Macron, quien acaso resulte mucho menos naif, tierno y blandito de lo que nos ha querido hacer creer todo ese empalagoso marketing de mermelada de fresa que ha rodeado su campaña, siendo todavía un jovencísimo directivo de la Banca Rothschild, allá por 2010, recibió el encargo por parte de Sarkozy en persona de coordinar el gran informe sobre la decadencia económica de la República, documento cuyas recomendaciones seguirían al pie de la letra tanto el propio Sarkozy como su sucesor Hollande.

Un papel, aquel, que propugnaba como objetivo prioritario conseguir que el déficit futuro se alejase lo más posible del 100% del PIB (hoy, siete años después, es del 96%). Y que planteaba como segundo objetivo irrenunciable reducir el paro, que era entonces del 8%, a la mitad (hoy es del 10%, dos puntos por encima de aquella cota que se tenía por inadmisible en Francia). Pocos sabrán mejor que el propio Macron, pues, que la fantasía de que caben salidas nacionales a la crisis de la Eurozona por la vía de las consabidas reformas internas no es más que eso, una fantasía. Así las cosas, al presidente Macron quizá se le pueda leer el pensamiento, pero a su genuina mano derecha (o izquierda) se le pueden leer los libros que ha escrito sobre la parálisis terminal de la Zona Euro, libros que además están traducidos al español y disponibles en cualquier librería. Por cierto, en El despertar de los demonios, interesantísimo ensayo dedicado a cómo salir de la crisis del euro, Pissani-Ferry señala por su nombre y apellido al dirigente europeo que, según él, sentó las bases del desastre del euro al empecinarse a toda costa, contra el criterio de Romano Prodi, presidente entonces del Gobierno italiano, en que su país entrase en la nueva moneda europea. Prodi propuso, al decir de Pisani, que ambos países pactasen un aplazamiento de su entrada en el euro, pero no hubo manera humana de convencer al otro, un tal José María Aznar López.

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