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José García Domínguez

La Operación Iceta

Vayamos tapándonos las narices.

Vayamos tapándonos las narices.
EFE

Iceta o el caos. La única manera de evitar el retorno triunfal de los golpistas de octubre al palacio de la Generalitat será, piensan en la Moncloa, ingeniando una suerte de misterio de la eucaristía política mediante el cual las viejas, andrajosas y pignorables siglas del PSC se transmuten, y al muy milagroso modo, en un sucedáneo más o menos aparente de lo que en su día fue la Unió Democràtica de Duran Lleida, esto es, en un banderín de enganche útil a los efectos de encuadrar electoralmente a las capas más tibias, medrosas, conservadoras y posibilistas de la base sociológica del catalanismo. La Operación Iceta, tratar de proyectar hasta la presidencia de Cataluña a un bregado y ecléctico apparatchik de la fontanería socialista local, la apuesta por el mal menor frente al riesgo cierto de un eventual revival insurgente tras el 21-D, tiene ya todos los visos de constituir eso que siempre se suele llamar de modo algo pomposo un "acuerdo de Estado". Otra entente estratégica pergeñada en las salas de mandos de PP y PSOE cuya principal víctima colateral sería el maltratado ego de Inés Arrimadas.

Por lo demás, y complazca o no desde el punto de vista estético, que esa es otra cuestión, apelar a la carta Iceta para salvar los muebles del constitucionalismo es un diseño de laboratorio no del todo carente de cierto sentido lógico. Porque Iceta, alguien que posee el pedigrí catalanista que jamás de los jamases se le otorgará a la ingenua Arrimadas por mucho que ella se esfuerce en tratar de hacer méritos para merecerlo, es a día de hoy el único candidato capaz de lograr algún trasvase mínimamente significativo entre los dos bloques monolíticos, pétreos, que empatan por norma en las urnas catalanas. Desengañémonos, ni Ciudadanos ni, muchos menos, el PP disponen de ese capacidad de incidencia en el territorio comanche del catalanismo sociológico de la que sí puede hacer gala, en cambio, la siempre camaleónica franquicia catalana del PSOE. De ahí que, una vez cautivo y desarmado Santi Vila, el atolondrado condotiero en quien se pensó en primera instancia para urdir una cabeza de puente que permitiese pescar en el río revuelto del miedo al vacío de los buenos burgueses de la plaza, Iceta empezase a centrar la atención de todos los radares de los despachos del poder en Madrid.

Recuérdese, en las últimas autonómicas, consulta que los separatistas lograron convertir al final en plebiscitaria, Unió obtuvo algo más de cien mil votos en toda Cataluña. Y podría haber otros tantos hasta ahora encuadrados en las filas del bloque insurgente que, visto lo visto e intuido lo que aún está por venir, podrían migrar hacia una fórmula amorfa, algo que no oliese en exceso ni a españolismo ni tampoco a semillero de botiflers. Doscientos y pico mil votos que, llegado el caso, podrían resultar críticos a fin de forzar un cambio de mayorías en el hemiciclo de la Ciudadela. Y esa mercancía baja en calorías unionistas y sin tampoco demasiado gluten igualitario entre personas y territorios es lo que justamente puede vender la lista de Iceta. Vayamos, pues, tapándonos las narices.

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