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José García Domínguez

La traición de los clérigos

Gracias a Lévi-Strauss descubrimos que Erasmo de Rotterdam resulta equiparable al chamán de cualquier tribu centroafricana, y que Shakespeare no merece superior consideración que los percusionistas jamaicanos de Bob Marley

Desde el mismo instante germinal de la Modernidad, en el siglo de las Luces, Nafta y Settembrini sostienen un pulso interminable en la cumbre de la montaña mágica. A veces, parece que se va a imponer Settembrini. Entonces el "nosotros" cede paso al "yo"; el espíritu nacional, a los valores universales; la costumbre, a la razón; y las emociones, al intelecto. Pero pronto cambian las tornas y es Nafta quien humilla la muñeca de su oponente, empujándola con fuerza contra el tablero. En ese momento la cultura se desvanece en su plural imposible; retorna la comunidad a ocupar el sillón del gran inquisidor; y salen de sus guaridas los románticos con sus particularismos gregarios, su culto pagano al Volksgeist y su glorificación de cuanto suene a "popular". Así, hasta que en la cumbre el brazo de Settembrini comience a recuperar de nuevo la vertical y en la planicie dé inicio un nuevo ciclo.

Hace unas horas, acaba de desaparecer el mejor aliado que jamás tuviera Nafta, Lévi-Strauss, padre putativo de uno de los mayores dislates intelectuales engendrados durante el siglo XX: el estructuralismo. Al punto de que necedades como la Alianza de Civilizaciones no se comprenden sin reparar en la difusión que alcanzó la vulgata de su antropología antihumanista. Y es que hubo un tiempo en que el clítoris sin mutilar de una niña valía más que la opinión de Alá al respecto; la palabra de un hombre no primaba sobre la de su mujer; la poligamia constituía aberración inconcebible; y matar a un homosexual por el hecho de serlo, una patología criminal. Hasta que llegó Lévi-Strauss para liberarnos de nuestro supremo prejuicio etnocéntrico, a saber, que la cultura occidental valdría más que cualquier atavismo bárbaro refractario a la autonomía moral de los seres humanos. Gracias a él, pues, descubrimos que Erasmo de Rotterdam resulta equiparable al chamán de cualquier tribu centroafricana, y que Shakespeare no merece superior consideración que los percusionistas jamaicanos de Bob Marley, entre otras nuevas.

"Raza y cultura", el catón de Lévi-Strauss para uso y consumo de la UNESCO: en nombre del humanismo, expulsad al individuo del olimpo de los valores. En nombre de la cultura, avergonzaos de vuestra cultura. En nombre de la tolerancia, escupid sobre la tumba de Voltaire. En nombre de la libertad, amparad el derecho de los esclavos a su identidad cultural de esclavos. Llamad civilización a la barbarie y pensamiento al más lerdo de los fanatismos. Pero, sobre todas las cosas, no olvidéis nunca besar los pies de vuestros sepultureros. Amén.

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