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José García Domínguez

Las que hacen la calle

A este don Mariano, por mucho que alardee de empaparse del Marca, se le nota demasiado que aún habita en la galaxia Gutenberg. Arrojado a la pista del circo catódico, nada puede hacer frente a ese Rodríguez Circunflejo de la sonrisa Profident.

Con la salvedad que luego mentaré, la otra noche me gustó más que bastante la esgrima dialéctica del líder del PP ante el medroso enrocarse en la hemeroteca del Adolescente. Quizá por eso, cuando Campo Vidal dio por concluido el primer asalto frente al mando a distancia, uno ya andaba persuadido de que las encuestas darían perdedor por (muchos) puntos a Rajoy. Lo creyó uno porque la cotidiana ración de mediocridad que exige ese homo videns que en su día diseccionara Sartori sólo presenta un inconveniente grave: resulta imposible simularla. Así, enfrentado en un estudio de televisión a ese traje vacío que responde por Z, a Rajoy siempre le ocurrirá lo que a los novelistas de categoría que ceden a la tentación de intentar forrarse garabateando un best-seller.

Ninguno lo ha logrado. Jamás. La razón es que se tienen que obligar a convertirse en tristes escribidores. Con tal de alcanzar el soñado exitazo en las estanterías del Caprabo, tratan deliberadamente de castrar su propio talento. Sin embargo, el empeño les resulta imposible: un artista genuino no puede bloquear a voluntad su capacidad innata de crear una prosa original. De ahí que el resultado final nunca sea ni demasiado bueno ni demasiado malo, mas resulte muy alejado del puntito exacto de vulgaridad intelectual que requiere el género. Quién sabe, si Rajoy hubiese mantenido durante todo el espectáculo el tono kitsch de los minutos de la basura –la historia enternecedora de la nena que nos va a aprender de una vez el inglés–, quizá hubiera tenido alguna posibilidad. Pero a este don Mariano, por mucho que alardee de empaparse del Marca, se le nota demasiado que aún habita en la galaxia Gutenberg. Arrojado a la pista del circo catódico, nada puede hacer frente a ese Rodríguez Circunflejo de la sonrisa Profident y el numerito del bonobús.

En fin, el pero que se anunciaba ahí arriba tiene que ver con el único instante del combate en que el presidente dejó de dar tumbos dialécticos por los cuatro rincones del plató. O sea, cuando el de Pontevedra bajó la guardia, dejando que el otro le trabajara el hígado a conciencia con la cuestión tabú del maldito Estatut. Y pensar que mientras Rajoy hincaba la rodilla en el suelo por no herir la delicada sensibilidad de las castas vírgenes del pío Duran, el número dos de la lista de CiU por Tarragona, un tal Raül Font, ya hacía la calle en las páginas de El Mundo. "CiU es una chica a la que no le importa cambiar de pareja si ve que a tener más estabilidad (...). Somos capaces de pactar con el demonio y de irnos a la cama con quien sea siempre y cuando sea bueno para el conjunto del Estado".

Aprenda la lección, hombre: nunca hay que enamorarse de las putas.

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