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José García Domínguez

Las víctimas del antifranquismo

Tramítanos ahora mismo esa pensión, Tardà. O nos encadenaremos en la puerta del Bocaccio. Palabra.

Si bien es cierto que el rictus facial que gasta el tribuno Puig jamás me trae a la memoria a Sócrates, he de admitir que el verbo abrupto de su alter ego, Tardà, más de una vez me ha llevado a pensar en don Jacinto Benavente. Pues esa afición del fino orador de la Esquerra a denunciar la motita del fascio en el ojo ajeno suele evocarme un sucedido que protagonizara nuestro Nobel, cuando navegaba camino de América. Aquél en el que abordado su buque por la marina de guerra británica en plena Segunda Guerra Mundial, don Jacinto se vio sometido a la siguiente pregunta rutinaria del interrogatorio:
 
– ¿Tiene usted parientes en Alemania?
A lo cual replicó impertérrito:
– Muchos menos que el Rey de Inglaterra.
 
Por otro lado, me consta que Franco en persona tomó la decisión de que a José Montilla y a Manuela de Madre se les prohibiese estudiar. De ahí que no piense uno entrar en querellas por ese panfleto socialista que lo señala como creador del aserto que atribuye a los guerreros catalanes entrar en combate al grito de “¡Aragón, Aragón!”, durante la Edad Media. Indulgencia que, sin embargo, no procede con el ínclito Tardà, ya que la voluntad caprichosa del Caudillo haría una excepción en su caso, y él sí pisó las aulas.
 
Esa es la razón de que, en nombre de la recuperación la memoria histórica, le exija que tramite en el Congreso una solicitud urgente para que se nos otorgue una pensión vitalicia a las víctimas del antifranquismo. Ya que es de justicia que se resarza pecuniariamente a aquellos que entonces eran demasiado jóvenes como para conocer, por ejemplo, que Vicens Vives, el muñidor intelectual de la identidad nacional de la tribu, tenía publicadas frases como ésta: “El Generalísimo Franco ha vencido a todas las satánicas fuerzas de la revolución”. O esta otra, referida a la muerte de José Antonio: “Apenas amanecía y el último pálpito de su carne se estremeció con el pensamiento de la Victoria”. Por no hablar de quienes nos convencieron de que el Barça és més que un club. ¿ Por qué nadie nos reveló que esa consigna fue acuñada por el procurador franquista Narcís de Carreras, presidente de La Caixa y el Barça al tiempo que tío carnal, padrino y mentor político de Narcís Serra?
 
Porque si los cuatro imberbes de las Juventudes Comunistas supiésemos que el camarada-jefe de nuestro partido, Rafael Ribó, se tuteaba con su medio pariente y amigo, el ministro de Gobernación Tomás Garicano Goñi, ¿crees, Tardá, que igual habríamos hecho el indio, corriendo por las Ramblas? Y constándonos ya que Pasqual Maragall ejercía de mano derecha del hombre del dictador en Barcelona, Porcioles, ¿piensas que hubiéramos lanzando con idéntica inconsciencia las octavillas? ¿O tal vez barruntas que nos la habríamos jugado por vuestros talibanes, como el muy laureado Joaquim Molas, de conocer que había sido jefe del SEU en la Universidad de Barcelona, mucho antes de que naciéramos? Y qué decir del resto de la tropa. De franquistas hasta la médula, como el gracioso de Fabián Estapé, o como Manuel Sacristán, o como la familia Espriu en pleno, o como toda CiU, o como…
 
Tramítanos ahora mismo esa pensión, Tardà. O nos encadenaremos en la puerta delBocaccio. Palabra.

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