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José García Domínguez

Les presento a Carme Forcadell

Forcadell ya estaba llamada a pasar a la historia del pensamiento tras berrear que los votantes de Ciudadanos no son miembros del pueblo catalán.

Carme Forcadell, esa buena señora que preside el Parlament de Cataluña, acaba de ganarse los cinco minutos de gloria que Andy Warhol prometió a todos los don nadie de la Tierra. Esa Forcadell constituiría en verdad un adversario temible si su inteligencia estuviera a la altura de su fanatismo. Gracias a Dios, sin embargo, no es el caso. Pese a ello, Forcadell ya estaba llamada a pasar a la historia del pensamiento político tras berrear en su día que los votantes de Ciudadanos, primer partido de la oposición en Cataluña, no son miembros del pueblo catalán. Pues, a ojos de la muy institucional presidenta del Parlament gozan de la condición de catalanes todos los que viven y trabajan en Cataluña, salvo quienes se hayan condenado al proclamarse heresiarcas de la religión nacionalista, la única verdadera en la plaza. Los Le Pen, padre e hija, jamás se han atrevido a tanto. Jamás.

Frente a la cháchara oficial delun sol poble, su convicción íntima de que la mitad de los habitantes de Cataluña somos una piara de sucios metecos indignos de ejercer los derechos políticos asociados a la condición de ciudadano. Y es que, en cuanto le colocan una alcachofa delante, a Forcadell le sale el supremacista que lleva dentro. Otros tienen las luces suficientes como para disimular, siquiera un poco, en público. La pobre Forcadell no puede. "Tenim un estat que des de fa 300 anys ens intenta fer desaparèixer!, clamó no hace mucho en un mitin bajo el Arco de Triunfo de Barcelona. Porque, como todo el mundo sabe, la obsesión primera de España a lo largo de los últimos tres siglos ha sido exterminar físicamente a los catalanes. De hecho, en los bares y cenáculos de Madrid nunca se ha hablado de otra cosa.

Mas ella, Carme, solo es una más. Apenas eso. El repudio constante y expreso del Estado de Derecho siguiendo al pie de la letra la doctrina canónica de Carl Schmitt, célebre jurista de cabecera de quien todos sabemos. Los movimientos corales de masas en calles y plazas como suprema instancia legitimadora de cualquier praxis política o institucional. La consideración del discrepante como quintacolumnista al servicio de los arteros intereses inconfesables de un poder exterior y hostil hacia Cataluña. La transformación del proceso electoral en una liturgia plebiscitaria, ceremonia en la que el llamado pueblo se ve impelido a ratificar la gran decisión previamente adoptada otros. Esa iconografía obsesiva, ubicua, asfixiante: banderas por todas partes. Y todo para ir creando las dichosas estructuras de Estado ¿Nunca comprenderán que la genuina estructura de Estado que necesita Cataluña ya existe y se llama España?

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