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José García Domínguez

Los condones del tribuno Herrera

Lo que a la progresía le resulta intolerable del Papa no son sus principios, sino el hecho, subversivo en sí mismo, de que los posea. Es eso lo inaceptable a sus ojos: que ose rehuir el universal eclecticismo contemporáneo

Por lo visto, el diputado comunista Joan Herrera acaba de enterarse de que la Iglesia católica se muestra refractaria al uso de cualquier tipo de anticonceptivo en las relaciones sexuales desde hace unos dos mil años. Y, contrariado por la noticia, ha decidido presentar una urgente proposición en las Cortes Generales con tal de afearle la doctrina canónica a Jesús de Nazaret. Así, el tribuno Herrera aspira a que en la Carrera de San Jerónimo se "repruebe" al Papa de Roma por predicar tal conducta privada a los fieles. En fin, como en España apenas hay problemas, algo tenían que ingeniar sus señorías para andar entretenidas, que el caso, ya se sabe, es pasar el rato.

Ahora ya sólo restará que el juez Garzón dicte la preceptiva orden internacional de búsqueda y captura contra el ciudadano romano Pablo de Tarso en el momento procesal oportuno. Y que se vayan preparando Irán, Arabia Saudita, Pakistán y demás protectorados terrenales del Profeta: en cuanto el erudito Herrera acuse recibo de que el Corán prohíbe comer jamón a los musulmanes, promoverá su fulminante expulsión de la OMC, del FMI, de la ONU y de la FIFA. Nadie lo dude. Sobre todo, teniendo en cuenta que las soberanas gansadas de tal Herrera cuentan con el inestimable aval político, jurídico e intelectual de Ana Pastor.

Por lo demás, en ese asunto los condones suponen mera anécdota, jamás categoría. Y es que, en el fondo, lo que a la progresía le resulta intolerable del Papa no son sus principios, sino el hecho, subversivo en sí mismo, de que los posea. Es eso lo inaceptable a sus ojos: que ose rehuir el universal eclecticismo contemporáneo, ése que ordena seleccionar los valores morales con la laxa indiferencia de quien maneja el mando a distancia de un televisor. Renunciar a diluir en simples opciones los imperativos morales que impone su fe, he ahí pecado de lesa modernidad que no le habrán de perdonar jamás ni los nihilistas herreras, ni las vocingleras consortes de los oportunistas arriolas.

Para él, la Biblia no resulta equivalente al último manual de autoayuda que arrase en las estanterías de El Corte Inglés; del mismo modo que la doctrina de Cristo no es intercambiable por la afición al tarot, ni la Iglesia de Pedro representa una alternativa a los cursillos por correspondencia de meditación trascendental. Horror, a estas alturas del fin de la Historia el Papa aún sostiene que hay valores absolutos. ¡Anatema!

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