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José García Domínguez

Los separatistas ya han perdido

El 22 de diciembre no habrá en el Parlament una mayoría suficiente para dar apoyo a la eventual constitución de un Gobierno independentista.

El 22 de diciembre no habrá en el Parlament una mayoría suficiente para dar apoyo a la eventual constitución de un Gobierno independentista.
Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y Jordi Turull | Cordon Press

Da igual lo que ocurra en las urnas el 21 de diciembre. Ocurra lo que ocurra, ellos ya han perdido. Y ellos son los separatistas. Para un barcelonés perplejo como yo, siempre habrá dos misterios incomprensibles en ese tedioso asunto, el del micronacionalismo local. El primero es el de cómo entender que los catalanistas hayan logrado persuadir a tantos y tantos españoles de que ellos representan el supremo exponente de la modernidad, del cosmopolitismo europeo e ilustrado dentro de la Península Ibérica. Para mí, que arrostro la penitencia de convivir con ellos desde hace 56 años y algún mes, eso siempre constituirá un arcano absoluto. El segundo enigma tiene que ver con otro encantamiento colectivo que sufren mis compatriotas en su percepción de esa gente. Me refiero a la tan generalizada presunción de que los distintos líderes del separatismo catalán siempre han sido personas muy inteligentes.

La suprema inteligencia presunta de Jordi Pujol, ese viejo ladrón que está acabando sus días como un paria, un apestado incluso entre los suyos, reconozco que no soy capaz de verla por ninguna parte. Y la de Artur, el Astut, aquel altivo y engallado milhombres que ahora anda rogando limosna por las esquinas para no ser desahuciado por el Tribunal de Cuentas, tampoco se me antoja la propia de un superdotado. En cuanto a las de Junqueras, Puigdemont, los Jorges y el resto de la colla, por piedad cristiana más vale no decir nada. Por lo demás, podría pensarse que, tras la que han liado, ya habría elementos suficientes para hacerse una idea precisa de hasta qué altura se eleva el encefalograma de esa tropa. Bien, pues no contentos aún con su cuadro clínico, lo acaban de empeorar en las ultimísimas horas. Tan propagandísticamente eficaz pero tan políticamente insensata, la decisión adoptada por Esquerra y el PDeCAT de presentar a los supremos responsables del fiasco insurgente, tanto los encarcelados como los expatriados, como candidatos principales en sus listas los aboca a otro callejón sin salida. El enésimo, por lo demás.

Porque, tal como acaban de jugar sus cartas, lo único seguro es que el día 22 de diciembre no habrá en el Parlament una mayoría suficiente para dar apoyo a la eventual constitución de un Gobierno independentista. Y no la podrá haber por la muy sencilla razón de que más de una docena de sus diputados electos seguirán en situación de prisión preventiva a lo largo de, como mínimo, los dos primeros años de la legislatura, el tiempo que es razonable suponer que tardará en iniciarse el juicio en el Tribunal Supremo por el golpe de Estado del 27 de octubre. Conjetura que avala la vigente jurisprudencia del Tribunal Constitucional, quien ya en su día denegó la participación en las sesiones del Parlamento vasco a otro recluso preventivo que había obtenido acta de diputado, Josu Ternera por más señas. Al respecto, el reglamento del Parlament es taxativo e inequívoco: salvo en casos de enfermedad debidamente acreditados, no se puede delegar el voto ni tampoco ejercerlo a distancia. En desoladora consecuencia para ellos, Junqueras y Puigdemont se acaban de constituir en la suprema garantía de que los separatistas no podrán seguir mandando en Cataluña, y ello con independencia de lo que voten los electores en las urnas.

Son muy listos, sí, listísimos. Cráneos privilegiados.

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