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José García Domínguez

Los silencios del Rey

El PSC puede declararse ajeno e indiferente al destino de la legalidad sobre la que se asienta nuestro Estado de Derecho; el Rey, en cambio, no.

El PSC puede declararse ajeno e indiferente al destino de la legalidad sobre la que se asienta nuestro Estado de Derecho; el Rey, en cambio, no.

Tras la alocución navideña del Rey, hay quien pudiera pensar que el PSC ya no anda tan solo en su exquisita equidistancia entre la Constitución y sus apóstatas. Y es que, más allá de alguna alusión críptica al problema catalán, la Corona ha dado en seguir a pies juntillas la doctrina acuñada por Pere Navarro. Un proceder, el de los socialistas locales, que se remonta a las enseñanzas de Poncio Pilatos. Por algo decía Juan de Mairena que siempre resulta mucho más fácil estar au dessus de la mêlée que a la altura de las circunstancias. Sin embargo, hay silencios que pueden devenir atronadores, y el del Rey a propósito de la insurrección latente de la Generalitat comienza a serlo.

No debiera olvidar el monarca lo que en su día escribió Julián Marías, aquel viejo liberal republicano, en relación a la naturaleza y obligaciones de la institución que encarna. El soberano, sostenía Marías, no es solo el jefe del Estado, tal como reza la Carta Magna, sino, y sobre todo, la cabeza de la Nación. Como Jefe del Estado, a don Juan Carlos le asiste una función simbólica y arbitral, pero como cabeza de la Nación no únicamente está sujeto a la Constitución sino que su cometido primero consiste en velar por ella. A fin de cuentas, es la Constitución y solo la Constitución quien lo afirma en el trono.

El PSC puede declararse ajeno e indiferente al destino de la legalidad sobre la que se asienta nuestro Estado de Derecho; al Rey de España, en cambio, no le está dado permitirse semejantes lujos. En tanto que jefe del Estado acaso podría templar gaitas; como cabeza de la Nación única e indivisible de la que habla el artículo segundo de la C. E., no. Convendría, y con urgencia, que alguien se lo recordase. En otro orden de contrariedades, del discurso regio parece desprenderse alguna conciencia sobre la desafección creciente hacia los poderes públicos. Rasgo de lucidez al que quizás no sea ajeno el aviso de las últimas encuestas del CIS, ésas en las que la Monarquía recibe el suspenso popular por vez primera. Circunstancia que iguala a la Casa Real con partidos y políticos en el repudio de la población. Razón de más, en fin, para aprender de Marías. 

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