Que gran verdad encierra esa frase de que nadie es grande para su ayuda de cámara. Ayer, sin ir más lejos, a Zetapé le tenía escrito su discurso el consejero delegado del Poder Fáctico Fácilmente Obedecible. Y en lugar de limitarse a repetirlo poniéndole unas cuantas esdrújulas encima de las íes, por petulancia, nos salió por los cerros de Cornellà. Porque la novena presidencial emergió de un interminable corta y pega entre los pregones amontillados de la Fiesta Mayor de la capital del Bajo Llobregat, el último informe del comité central del Partido Comunista de Corea sobre la marcha imparable del Plan Quinquenal, y la edición en rústica de la autobiografía del Doctor Pangloss. Además, fiel a sí mismo y abdicando de su fe republicana, Rodríguez volvió a usurpar ante las Cortes la corona del Rey del Lugar Común. Así, subió al estrado con gesto firme, decidido a explicar que todo lo que es la Tierra tiene cuatro esquinas, ya que es redonda; que todo lo que signifique ciruela deja el vientre suelto; y que cuando llegue el verano a este país, hará calor, al contrario de la sensación térmica que experimentan los ciudadanos y las ciudadanas en todo lo que es el invierno.
José García Domínguez
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Monólogo sin nación
Porque ocurre que el presidente también es reo de miedo atávico frente a las palabras. De ahí que se le helara la sonrisa, por la tarde, al escuchar que el eco de los muertos iba a perpetuarse en la letra pequeña del Diario de Sesiones
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