Lo admito, cada día veo más próxima la separación definitiva de Cataluña. Mas no porque nosotros queramos irnos, sino porque el resto de los españoles, hartos de tanta payasada, acabarán echándonos. Y cuando ese aciago día llegue comprenderemos, al fin, cuál ha sido nuestro gran drama desde el último tercio del siglo XX. Me refiero a la pérdida irreparable del sentido del ridículo, aquella ancestral virtud civil que en la vieja Cataluña llegara a expandirse hasta pisar el mismo linde que marca la frontera con lo patológico. Por lo demás, a fecha de hoy aún no se nos ha desvelado la pauta del canon que habrá de sustituirla. Aunque se antoja sencillo adivinar el ideal supremo de esa nueva ética pública: hacer el indio en todos y cada uno de los escenarios que nos ofrezca la vida institucional.
Así, al Molt Honorable Pepe Montilla ya le sabe a poco que, ahora mismo, seamos los campeones de Europa en Fracaso escolar, que encabecemos la Superliga de la OCDE en las muy competidas modalidades de Casas okupadas y Levantamiento de botellón para menores de 16 años. O que nadie en el mundo nos pueda disputar el "pichichi" en la categoría de Autoridades civiles sin ni siquiera el Bachillerato. De ahí que le haya encomendado a Carod la urgente financiación de unas Olimpiadas de los Paraísos Fiscales sin Estado ("naciones" los llaman ellos).
Porque, como en el Oasis no hay problemas y no nos falta de na, vamos a echarles un pulso –con todos los gastos pagados, borracheras en Lloret de Mar incluidas– a los titanes de Gibraltar, Andorra, Curaçao, Islas Feroe, Islas Vírgenes, Islas Caimán, Macao, Auba y no sé quién más. Como decía Pla, se ve que el caso es pasar el rato. Que se vayan entrenando, pues, nuestras flamantes selecciones nacionales de corfbol, cestock, pitch&putt, kickboxing, twirling, raquetbol y canicas. Que los vamos a arrasar.
Ya muy viejo, el mismo Pla elaboró una teoría sintética sobre la tropa política catalana. Doctrina que quien conozca el género y tenga un par de dedos de frente no podrá más que suscribir hoy. Sentenciaba el maestro: "No hay que perder el tiempo, ni hay que preocuparse; no tenemos ningún valor, aquí no hay nadie que sepa hablar, que tenga algo que decir; nadie que valga la pena". Razón de que Tarradellas, que para sus adentros pensaba justamente lo mismo, desembarcase en El Prat advirtiendo muy en serio que él retornaba dispuesto a hacer cualquier cosa menos el ridículo.
En fin, que Dios los guarde en su gloria...y que a los demás nos coja confesados.