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José García Domínguez

Pedro Sánchez no es federalista

Se puede ser, pues, devoto de eso que llaman 'plurinacionalidad' y se puede ser federalista. Pero ambas cosas a la vez, caro Pedro, es imposible.

Se puede ser, pues, devoto de eso que llaman 'plurinacionalidad' y se puede ser federalista. Pero ambas cosas a la vez, caro Pedro, es imposible.
EFE

El error de la plurinacionalidad, signifique eso lo que signifique, lo cometieron los tan admirados y loados padres de la Constitución de 1978, no el bisoño secretario general del PSOE en el año 2017. Guste o no, es la incómoda verdad. Pues el genuino problema no radica en que ese alegre conductor suicida que responde por Pedro Sánchez carezca de una idea mínimamente precisa de lo que ha de ser España. El problema verdadero es que aquellos presuntos hombres de Estado que alumbraron el artículo segundo de la Carta Magna tampoco disponían de una concepción mucho más sólida y vertebrada que la suya. En el fondo, unos y otro se empecinaron, contra toda evidencia, en dar crédito a una premisa que nunca, ni antes ni ahora, se ha compadecido con la realidad de Cataluña. Una premisa inventada que se llama bálsamo federal. Así, al igual que Sánchez, los constituyentes del 78 andaban convencidos en su fuero interno de que la fórmula federal encerraría la solución definitiva al llamado problema catalán. Un ejercicio de voluntarismo que, de entrada, choca de bruces con la evidencia palmaria de que en Cataluña nunca ha habido federalistas.

Es más, si algo ha repudiado de modo expreso el movimiento catalanista desde el instante mismo de su nacimiento como proyecto político con voluntad hegemónica es la idea federal. Así, los pocos que lo saben en Madrid tienden a obviar que el catalanismo de izquierdas fundado por Valentí Almirall surgió como una disidencia organizada contra el federalismo español de otro catalán, Pi i Margall. Por su parte, el catalanismo de derechas, o sea la Lliga, nunca se cansó de predicar contra la doctrina federalista, para ellos un anatema en la medida en que implicaría un trato igualitario para todos los territorios peninsulares. Eso pensaban todos ellos hace un siglo y eso mismo, sin cambiar ni una coma, continúan pensando todos ellos hoy. Yo no dudo de que a estas horas haya federalistas sinceros en Madrid, en Sevilla, en Cáceres y en Lugo. Pero, desde luego, donde no los hay es en Barcelona. No obstante lo cual, existe un segundo impedimento insoslayable que hace del todo inviable la quimera de Sánchez. Y es que España no se podría convertir nunca en un Estado federal por la muy sencilla razón de que España ya es un Estado federal.

A fin de cuentas, y más allá de las cuestiones nominales o de los bizantinismo teóricos de las distintas teorías jurídicas, lo que caracteriza en la práctica a todos los Estados federales que existen en el mundo es la existencia de dos niveles de gobierno que no solo resultan ser independientes entre sí, sino que carecen de todo tipo de relación jerárquica en sus relaciones mutuas. Allí donde se observe esa estructura, se llame como se llame, hay una federación. Verbigracia, el Reino de España. Y hay aún un tercer rasgo común que comparten la totalidad de los Estados federales del mundo: el café para todos. Federalismo es igualdad, que no homogeneidad. Porque lo sagrado para un verdadero federalista no es la armonización entre los territorios, sino la igualdad entre las personas. De ahí que el café para todos, esto es, la educación para todos, la sanidad para todos, los servicios sociales para todos, los mismos derechos y obligaciones para todos, constituya la quintaesencia del genuino federalismo. Se puede ser, pues, devoto de eso que llaman plurinacionalidad y se puede ser federalista. Pero ambas cosas a la vez, caro Pedro, es imposible. Simplemente, imposible.

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