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José García Domínguez

Por qué Ciudadanos y PP son muy distintos

Cada nuevo mileurista que jalea con alborozo Rajoy supone una nueva espada de Damocles para nuestro ideal de modelo de sociedad.

Dijo en cierta ocasión Joan Robinson que la Economía es la disciplina que sirve para no dejarse engañar por los economistas. Y yo añadiría que también por los políticos en periodo de celo electoral. Celebrar a bombo y platillo, como anda haciendo estos días el candidato Rajoy, que nuestro modelo productivo vuelve a generar mileuristas en serie es celebrar a bombo y platillo la crónica de una muerte anunciada: la del Estado del Bienestar. Y ello por la muy sencilla razón de que el valor de los servicios educativos y sanitarios financiados con tributos directos que reciben esos trabajadores excede con creces el volumen de sus contribuciones fiscales al sistema. Un desequilibrio que va a resultar insostenible a medio plazo.

Cada nuevo mileurista que jalea con alborozo Rajoy supone una nueva espada de Damocles para nuestro ideal de modelo de sociedad. Cada vez que en la prensa se publica un anuncio ofreciendo un empleo de camarero o de dependiente de comercio, España está un poco más lejos de Europa Occidental y un poco más cerca de Sudamérica. En última instancia, el entusiasmo de la derecha, tanto el de la política como el su cortejo mediático, ante la marcha de la economía lo que viene a certificar es que las ideologías, al menos en la acepción blanda del término, continúan existiendo. De hecho, ese renovado fervor por la mediocridad que manifiesta Rajoy siempre que se publica una nueva EPA evidencia el contraste entre su ideario económico y el de Ciudadanos, ya el principal adversario del PP en la disputa por los caladeros de la opinión moderada.

Y es que, más allá de todas esas frívolas naderías de la imagen escénica y la comunicación que tanto fascinan a los periodistas, lo cierto es que PP y Ciudadanos no son lo mismo. Diferencias muy profundas los separan. El Partido Popular, esto es, la vieja derecha española de toda la vida, que venía de donde venía y por eso abrazó con la fe de los conversos la devoción por el mercado, participa de un modelo ideológico que pretende imitar al mundo anglosajón. La hipertrofia del sector de la construcción previa al estallido de la burbuja no fue más que el reflejo de esa mentalidad dominante en su seno. Nada que ver con la cosmovisión comunitaria que inspira lo que se ha dado en llamar economía social de mercado, el modo de hacer característico de Alemania y que enfatiza aún más sus rasgos diferenciales en la Europa nórdica. De hecho, el PP es la anti-Dinamarca.

Así, para un derechista canónico español es el empresario, y solo el empresario, quien tiene que decidir si invierte en montar una discoteca, un bar de tapas o una factoría industrial. Cualquier otra hipótesis se le antoja anatema. El compromiso de la sociedad con la industria y de esta con la sociedad, ese entramado de cooperación permanente entre empresas, sindicatos y administraciones públicas con la innovación y la productividad como horizonte común que caracteriza a la Europa del Norte, simplemente, les resulta inconcebible. Eso sí, quieren ser como Alemania. Pero haciendo justo lo contrario que Alemania, claro. Lo dicho, nada que ver.         

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