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José García Domínguez

¿Por qué no dar la razón a los sindicatos?

¿Por qué no hacer caso a los huelguistas? Al fin y al cabo, lo que proponen parece sencillo. Sencillo y cargado de un muy hondo sentido social, además.

¿Por qué no hacer caso a los huelguistas? Al fin y al cabo, lo que proponen parece sencillo. Sencillo y cargado de un muy hondo sentido social, además. Otra política económica es posible, claro que sí. Ampliemos a partir de este mismo instante el gasto público, pues. Multipliquémoslo por dos. Aunque, bien pensado, ¿por qué únicamente por dos? Que sea por tres. O, ya puestos, doblémoslo un par de veces. No pequemos de tímidos y timoratos llegado el momento de la verdad. Sin miedo, incrementemos en un cuatrocientos por ciento el presupuesto del Estado. Y por la vía de urgencia. Así, donde solo disponíamos de un mísero euro para invertir en sanidad, educación, televisiones autonómicas o vías del AVE, tendremos cuatro.

Cuatro por uno. ¡Asunto resuelto! Se acabó la pesadilla de los recortes. Adiós a la maldita austeridad. Desde mañana, y sin dilación mayor, el Gobierno de Rajoy deberá sentarse a la mesa con el partido socialista para juntos pergeñar las líneas maestras de un vasto programa de inversión en infraestructuras públicas que genere empleo en todas y cada una de las comunidades autónomas. Al tiempo, procedería acometer una perentoria subida de los salarios de los funcionarios y contratados laborales de la Administración. Medidas ambas llamadas a generar un fuerte estímulo a la demanda agregada de la economía española. Un impulso inducido al consumo privado y la inversión que, gracias al conocido efecto multiplicador, pondrá en marcha un círculo virtuoso de crecimiento autosostenido.

De dónde vaya a salir el dinero es asunto que se antoja baladí. Minucia irrelevante. Por lo demás, llegados a ese punto, esto es, consumado el despegue, apenas restará solventar el engorroso incordio de la deuda. Una deuda que acaso procedería denunciar por ilegítima. ¿Por qué hemos de pagar nosotros, y con leoninos intereses usurarios, las facturas de una crisis provocada por otros? Ni hablar. Repudiémosla. ¿Quién nos impediría hacerlo? ¿Draghi? ¿Bruselas? ¿El FMI? ¿Berlín? ¿El G-20? ¿Los yanquis? Que lo intenten, si se atreven. ¿O alguien piensa que no sobrarían en el mundo prestamistas dispuestos a financiarnos, y a tipos bien razonables, si diésemos ese paso de soberana dignidad? Nos los tendríamos que quitar de encima como las moscas. Entonces, Cándido Méndez se despertó... y Merkel seguía allí.                                                                      

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