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José García Domínguez

"¿Por qué no te vuelves a Cádiz?"

Se echaron a las calles para defender la democracia española. Y lo peor de todo, lo más imperdonable, para defenderla en español.

Se echaron a las calles para defender la democracia española. Y lo peor de todo, lo más imperdonable, para defenderla en español.
Núria de Gispert | EFE

Acaso el más loable efecto benéfico de que, por fin, haya reventado el forúnculo separatista sea que en Cataluña, lugar donde la hipocresía fue elevada a los altares de la suprema virtud pública en tiempos que ya nadie recuerda, se empiecen a decir en voz alta ciertas cosas; cosas que todos aquí hemos sabido desde siempre pero que, también desde siempre, solo fluían al exterior en entornos de muy estricta confianza personal. Por ejemplo, ese sucedáneo blando del racismo que podríamos equiparar a ciertas formas de supremacismo indigenista. He ahí, sin ir más lejos, el caso de Núria de Gispert, la expresidenta del Parlament que ahora emplea su ocio en las redes llamadas sociales deponiendo tuits en los que insta a Inés Arrimadas a que se marche de Cataluña con rumbo a Cádiz (sic). Algo que no es lo que podría parecer a primera vista – otro triste cuadro de demencia senil sin diagnosticar–, sino el extremo más visible de un iceberg cuya base, poco a poco, va emergiendo a la superficie tras el fracaso del golpe.

Porque, lejos de constituir una salida de tono excepcional achacable al extravío de una persona singular, ese muy surtido popurrí de tuits racistas y xenófobos de la Gispert comienza a formar parte de la cotidiana normalidad en el paisaje local post procés. Así, en el muy subvencionado periódico digital de José Antich, el anterior director de La Vanguardia del Grande, se predica estos días, y sin disimulo ninguno ni el recurso a las habituales cataplasmas metafóricas de antaño, que los habitantes del pueblo de José Montilla que practican la mala costumbre de hablar en castellano constituyen, literal, "el único colectivo inmigrante que tiene la arrogancia de vivir en Cornellà como viviría Chiquito de la Calzada en Tokio, prácticamente como si no se hubiera movido de casa, de la casa de los orígenes, de España y olé". Nada nuevo, por lo demás. Eructos de ese y similar tenor se podían escuchar, yo los recuerdo, incluso en tiempos del franquismo. Pero ahora se publican –y se cobran– en los periódicos domésticos y domesticados, además de aparecer en ellos firmados con nombre y apellido. Y no sólo en los periódicos.

Cierto Hèctor López, otro extrovertido hiperventilado que figura entre los fichajes personales de Puigdemont llamados a integrar su guardia de corps en la candidatura, ha escrito de su puño y letra que el catalán debe ser la única lengua oficial y que, en consecuencia, procederá en su día privar de la ciudadanía catalana a aquellos que no acrediten su conocimiento. López, hombre previsor, se postula ya para ocupar el empleo de Gran Inquisidor en caso de resurección de la Republiqueta. Por lo demás, no son anécdotas propias de personajes menores, pintorescos, los frikis que en todas partes ceba la demanda de espectáculo propia de la hipertrofia mediática. No hablamos de marginales en busca de su minuto de gloria ante las cámaras de la televisión, sino de los intelectuales orgánicos del establishment catalanista. Ahora se quieren vengar. Por eso la bilis de la Núria, de los subalternos de Antich, de López y otras decenas como López. Oscuras lumbreras comarcales que andan clamando contra esos malditos charnegos. Los que, en lugar de quedarse en casa viendo Sálvame, tal como estaba previsto en el guión, se echaron a las calles para defender la democracia española. Y lo peor de todo, lo más imperdonable, para defenderla en español.

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