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José García Domínguez

Ramoncín nos quiere liberar

La única libertad que hay en Cataluña es la que ampara el derecho al silencio y la invisibilidad de esa mitad larga que no quiere separarse de España.

La única libertad que hay en Cataluña es la que ampara el derecho al silencio y la invisibilidad de esa mitad larga que no quiere separarse de España.

Si Ramoncín da el cante por la libertad de Cataluña, quizá yo debería componer una ópera por los arribistas ignaros de Vallecas. ¿No escribió Bertolt Brecht la de tres reales? Pues emulémoslo. Aunque tratándose del rey del pollo frito, lo suyo más bien sería una zarzuela; la de los robaperas cesantes de la SGAE, por ejemplo. Y es que, al parecer, esa dama, Cataluña, anda muy oprimida la pobre. Sometimiento que, por lo visto, carece de parangón en el mundo mundial. Vaya por Dios, el señor Llach, el del país petit y la cuenta corriente grande, resulta que no tiene libertad. Mira tú por dónde, el taciturno Lluís ha vivido cautivo y amordazado todos estos años.

En verdad cruel la persecución de que ha sido objeto el Nelson Mandela del Ampurdán. Acaso de ahí que cuando los contribuyentes de Barcelona le pusimos un piso a todo tren en la Plaza Real con cargo al Ayuntamiento, el lánguido Lluís llorase por dentro. ¡No era libre! Por eso, cuando la televisión pública enterraba sumas incontables de dinero no menos público en promocionar sus discos, un abatido Lluís repetía para sus desgarrados adentros: "Qué duro es vivir bajo la bota del opresor colonial". Lo que lleva sufrido nuestro Lluís. Nacha Guevara recitaba aquello de "Libertad, escribo tu nombre en las paredes de mi ciudad". Sin embargo, éstos, el Lluís, la María del Mar, el muy patético Paco & Cía, prefieren escribirlo en el dorso de los talones al portador que les extiende la Generalitat. Ya se sabe, el hecho diferencial.

Por lo visto, la única libertad que hay en Cataluña es la que ampara el inalienable derecho al silencio y la invisibilidad de esa mitad larga del censo que no quiere que nos separemos de España. La libertad de cuantos no comulguen con la fe nacionalista para hacer las maletas y cruzar el Ebro. Libertad que en su día fueron llamados a ejercer los firmantes de un manifiesto por el libre albedrío lingüístico tras ser informados a tiros de pistola de lo inoportuno de su iniciativa. Por cierto, plomo que el melifluo Llach y sus fans de la Crida celebraron con otro guateque multitudinario en el mismo campo del Barça. Pobrecitos míos, no son libres.  

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