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José García Domínguez

Réquiem por el Estado

Nos habrán dejado sin Nación ni Leviatán, pero nos queda el humor (negro): "Debemos absolver y absolvemos al procesado José Ignacio De Juana Chaos del delito de integración en banda armada", rezaba la sentencia del Supremo.

Muerta y enterrada la Nación en los 223 nichos y 15 disposiciones adicionales del Estatuto de Cataluña, ya sólo restaba darle sepultura al Estado. De ahí que ayer se procediera a incinerar sus restos en el Senado durante la ceremonia civil que presidió don José Luis Rodríguez Zapatero. Descanse en paz, pues, la que, desde su nacimiento en el siglo XV, fuera la primera institución europea en dotarse de autoridad para establecer normas jurídicas de obligado cumplimiento y soberanía sobre el territorio en que habrían de aplicarse. Sus deudos, cuarenta y cinco millones de apátridas retornados al estado de naturaleza desde hace veinticuatro horas, ruegan una oración por su alma.

"No estamos ante la primera vez que un Gobierno cede ante un chantaje de ETA", con esa sentencia lapidaria acredita el informe forense oficial las causas del óbito. Desde el punto de vista técnico, nadie habrá de negar que el certificado de defunción es impecable. Pues quizás el concepto de nación no fuese ni discutido ni discutible en ningún texto jurídico del mundo, salvo en los españoles. Pero, en relación a la naturaleza del Estado, ni siquiera en este sórdido almacén de desguaces hubo jamás disputa. El Estado es –era, fue– quien ejerce el monopolio de la violencia legítima. Por tanto, pudo sobrevivir al argumento para imbéciles, el de las razones humanitarias y la pena, penita, pena porque el Carnicero no me come nada y se me está quedando en los huesos.

Igual que hubiese soportado esa basura que escupe Mister X sobre la memoria de Miguel Ángel Blanco (existen dos balas del nueve milímetros parabellum que acreditarían por sí solas la firmeza moral de sus cimientos). Como también habría sabido reciclar la otra montaña de escoria, esa que Zapatero en persona catapulta contra la vida rota de Ortega Lara (él, Ortega, su sufrimiento, su memoria viva, le habría servido de tabla de salvación). A todo podría haber sobrevivido. A todo, salvo a ser desposeído pública, oficial, obscena y solemnemente de la prerrogativa que le otorgaba su razón de ser: el monopolio de la violencia.

Difunto el Estado, desde ayer es ETA la llamada a ocupar el vacío que deja. Ella dictará – dicta ya– las normas por las que todos nos habremos de regir. Y bien harán los antiguos lectores del BOE en suscribirse al Zubate, si en verdad desean saber a qué atenerse a partir de ahora. Mas consolémonos. Nos habrán dejado sin Nación ni Leviatán, pero nos queda el humor (negro): "Debemos absolver y absolvemos al procesado José Ignacio De Juana Chaos del delito de integración en banda armada", rezaba la sentencia del Supremo.

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