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José García Domínguez

Son vascos y asesinos

Sin el asentimiento de la magna comunión nacionalista que pastorea el PNV, ETA se hubiera diluido ya en la marginalidad, al modo de lo que ocurrió con sus iguales del GRAPO.

Quizá porque siempre resulta mucho más fácil juzgar que comprender, desde Su Majestad hasta el último narciso de las tertulias, los creadores de opinión se han dejado arrastrar estos días por el clima emocional generado tras los atentados de ETA. Así, quienes tienen por oficio la obligación de mantener la cabeza fría han vuelto a poner en marcha el gran carrusel de las necedades retóricas. "No son vascos", gritó airado uno del PP al poco de trascender el crimen. Pues, si no son vascos, ya me dirá usted qué son. ¿Murcianos, tal vez? ¿Turcos? ¿Acaso japoneses? 

"Están en las últimas y esto no es más que una prueba de su debilidad", caviló rotundo el otro. Y mira por dónde, resultó ser el mismo otro que diera en charlar de política con ellos hace justo media hora, cuando los presumía eternos, hercúleos, inasequibles al desaliento y, por supuesto, del todo imbatibles por la vía policial. "Están locos", prorrumpió el de más allá. ¿Locos, los del árbol y las nueces? Será, entonces, que muchos en su sano juicio deben creen que la España asimétrica consagrada por la Constitución de 1978 –régimen foral exclusivo para el País Vasco y Navarra, disposición transitoria cuarta– hubiera sido siquiera imaginable sin la metralleta de Josu Ternera.

En fin, entre tanta gansada solemne, es más de agradecer la lucidez de Jon Juaristi cuando apela a Dahrendorf con tal de explicar esa peculiar forma de pederastia ideológica que da vida y aliento permanente a ETA. "El terrorismo es casi exclusivamente una actividad de jóvenes seducidos por adultos", escribió alguna vez aquel viejo maestro de liberales. Ahí, en esa simple frase, se esconde el alfa y el omega de la nada enigmática pervivencia del crimen organizado en el País Vasco. Y es que la fatal seducción de cada nueva generación ante la violencia tribal, esa droga comunitaria tan suya, ni surge del éter, ni habita en el vacío.

Muy al contrario, sin el asentimiento de la magna comunión nacionalista que pastorea el PNV, ETA se hubiera diluido ya en la marginalidad, al modo de lo que ocurrió con sus iguales del GRAPO. Es la aquiescencia implícita, la legitimación tácita de su universo de referencia, tonsurados silencios incluidos, lo que le da vida nueva tras cada matanza. Porque serán asesinos, sí, pero, sobre todo, son vascos. No se engañe con eso, Basagoiti, no se engañe.       

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