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José García Domínguez

Venezuela: el ocaso del marxismo-cantinflismo

Lo de Chávez era el populismo bananero, la momia de Lenin pasada por Chiquito de la Calzada. Y México. El México de antes.

Lo de Chávez era el populismo bananero, la momia de Lenin pasada por Chiquito de la Calzada. Y México. El México de antes.
Cordon Press

Si en la URSS germinal del socialismo científico la revolución eran los sóviets más la electrificación, en la Venezuela del marxismo-cantinflismo iba a ser el barril de petróleo Brent a cien dólares más Aló, Presidente. El problema es que ni el crudo vale hoy la mitad de esa cifra ni Maduro tampoco. Y es que el pobre Maduro no es Chávez. Ya se puede calzar los chándales más horteras del Universo, seguirá sin ser Chávez. El carisma, qué le vamos a hacer, es como la inteligencia: no se puede transmitir en herencia de padres a hijos. Por mucho que se intente, no hay manera. De ahí que lo de Venezuela presente tan mal diagnóstico a estas horas.

Mucho se sigue insistiendo en buscarle analogías al chavismo con la Cuba de los Castro. Sin embargo, el genuino modelo del chavismo nunca fue La Habana, sino México. De hecho, Chávez jamás perteneció al árbol genealógico del marxismo. Para ello le faltaban lecturas y le sobraba verborrea cuartelera, amén de varios miles de horas contemplando culebrones ante la pantalla de su televisor. Lo suyo era otra cosa: el populismo bananero, la momia de Lenin pasada por Chiquito de la Calzada. Y lo dicho, México. Pero el México de antes. O sea, el del PRI de toda la vida hasta hace apenas un cuarto de hora, el mismo que patentó aquella apariencia cosmética de democracia que alguien bautizó como la dictadura perfecta. Al igual que el viejo PRI que se sucedió a sí mismo en el poder durante setenta años, el chavismo se ha esforzado, y con éxito, por conservar las formas ornamentales de un sistema pluralista.

Continúan existiendo los partidos políticos, hay campañas electorales, hay urnas... Se dan en Venezuela todos los elementos de una democracia representativa, absolutamente todos, salvo la posibilidad real de que el Gobierno se vea desalojado del poder gracias a los votos de los ciudadanos. He ahí el pequeño problema de la democracia bolivariana, a saber, que, en la práctica, resulta imposible la alternancia. Así las cosas, o la parte inteligente del régimen accede a pactar con la parte inteligente de la oposición tras los previsibles resultados del domingo, o los militares tendrán que tomar abiertamente el control, sin pudorosos disimulos ni cataplasmas estéticas. Espero equivocarme, pero esa payasada interminable, la que se instaló en Caracas hace ya quince años, va camino de desembocar en un baño de sangre.

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