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José García Domínguez

Venezuela, la dictadura perfecta

Frente a la democracia liberal de Jefferson y Washington, la democracia antiliberal de Chávez y Maduro. Una dictadura electiva, eso es la Venezuela de hoy.

Frente a la democracia liberal de Jefferson y Washington, la democracia antiliberal de Chávez y Maduro. Una dictadura electiva, eso es la Venezuela de hoy.

Como el Cid, Chávez sigue ganando batallas después de muerto. La primera y fundamental, haber persuadido al mundo de que en Venezuela se celebran elecciones al modo de lo que ocurre en cualquier democracia representativa. Ésa ha sido la suprema victoria del chavismo, un triunfo frente al cual el de Maduro supondrá mera anécdota irrelevante. Mucha saliva inútil se ha gastado –y se gastará– buscando analogías entre el régimen que fundó el coronel y la Cuba comunista de los Castro. Sin embargo, el genuino modelo del chavismo nunca fue Cuba, sino México. El México del PRI, aquella apariencia cosmética de democracia que alguien bautizó en su día como la dictadura perfecta.

Al igual que el viejo PRI que se sucedió a sí mismo en el poder durante setenta años, el chavismo ha sabido mantener las formas externas, aparentes, ornamentales, de un sistema pluralista. Hay partidos políticos, hay campañas electorales, hay urnas... Hay todos los elementos de una democracia salvo la posibilidad real de que el Gobierno sea desalojado del poder merced a los votos de los ciudadanos. Porque se da competencia electoral, sí, pero con unos recursos tan desproporcionados a favor del Ejecutivo que, en la práctica, resulta imposible la alternancia. Frente a la democracia liberal de Jefferson y Washington, la democracia antiliberal de Chávez y Maduro. Una dictadura electiva, eso es la Venezuela de hoy. Y cualquier comparación con las democracias parlamentarias no pasa del mero sarcasmo.

Una dictadura sui géneris que ha logrado la resurrección de algo aún más estrafalario que su propio creador: la política tiznada de devoción religiosa, de nuevo culto pagano. De ahí ese milenarismo mesiánico, con apariciones de pajaritos parlanchines incluidas, que impregna el discurso todo de Maduro. O el no menos extravagante embalsamado de la momia del caudillo redentor, al modo de Santa Evita o el Pope Lenin. Jesús Silva Herzog ha identificado tres elementos nodales en el populismo: un relato que idealiza al pueblo, la relación directa y vertical entre el líder y las masas y una deslegitimación constante de las instituciones del pluralismo democrático. La tríada, por cierto, que hoy hermana a todos los demagogos antisistema de ambos lados del Atlántico, empezando por Beppe Grillo y acabando por Maduro. Chávez vive (también aquí).

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