En su discurso de investidura, el nuevo Presidente de la Argentina, el peronista Rodríguez Saá, declaró la suspensión de pagos de la deuda pública externa. El anuncio fue recibido con enorme alborozo por multitud de parlamentarios que estallaron en aplausos y gritos de ¡Argentina, Argentina! En verdad tiene que producir honda satisfacción no cumplir lo prometido y abusar dolosamente de la confianza de los incautos. Igualito que el viejo Derecho Mercantil, que acompañaba con la inhabilitación y el estigma social correspondiente, la quiebra de un empresario privado que no podía atender el pago de sus deudas. Está claro que hemos avanzado mucho "socialmente".
Hace pocas semanas todavía se podía ver en nuestra televisión un anuncio que nos recordaba las virtudes de la deuda pública. "No sólo asegura nuestra prosperidad futura, sino que además tiene la garantía del estado". En un tiempo en el que los legisladores y las organizaciones de consumidores y usuarios hablan de reprimir con dureza la publicidad engañosa, es difícil imaginar un ejemplo que se ajuste mejor al caso. Los tenedores de la deuda pública argentina han comprobado lo que quiere decir la garantía del estado, mientras la ciudadanía disfruta hoy de la prosperidad que los déficit presupuestarios y la deuda pública correspondiente han tenido a bien traerles.
¿Qué dicen ahora quienes hacían burla del viejo principio liberal del santo temor al déficit? ¿Dónde están los avanzados políticos y economistas que despreciaron la "bárbara reliquia" de un patrón oro internacional, universal, estable y no sujeto a manipulaciones? ¿Y aquellos mismos que eran partidarios de devaluaciones "competitivas" como la brasileña que tanto "bien" le ha hecho a la Argentina? Sencillo. Dominando la escena pública y los medios de comunicación para recordarnos que lo que ha vuelto a fallar en la Argentina ha sido el liberalismo económico y la "globalización". ¡Oh yeah!
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