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José Ignacio del Castillo

Un referéndum desigual

Tristemente la Confederación Helvética aprobó esta semana su integración en la ONU, por un estrecho margen de doce cantones contra once y el apoyo del 54% de los votantes. Es verdaderamente doloroso ver cómo esta nueva generación parece estar dispuesta a dilapidar la herencia de más de tres siglos de absoluta independencia política. La cosa puede llegar a ser trágica si consideramos que ha sido dicha independencia radical junto con una resuelta autodefensa militante, la que ha garantizado la paz, y por ende la prosperidad, en este pequeño país durante un periodo de tiempo récord en la historia.

Dentro de lo lamentable, no todas fueron malas noticias el domingo en Suiza. En el otro referéndum al que estaban convocados, el 75% de los votantes rechazó la jornada laboral de 36 horas. Según la orwelliana terminología empleada por un "informativo" de televisión en España al cubrir la noticia, los helvéticos habían rechazado "trabajar menos". Esto me trae a la memoria la respuesta que dio un liberal al ser preguntado si estaba a favor o en contra del trabajo para los menores de edad. "Yo estoy en contra del trabajo a cualquier edad".

En realidad, lo que los suizos votaron este lunes no fue "trabajar menos", sino evitar que les prohibiesen trabajar (y por tanto producir más riqueza y prosperar) más de 36 horas a la semana aunque lo deseen. Casi nada. Más o menos la misma diferencia que existe entre decidir no pintar tu casa y que te prohíban pintar tu casa con la peregrina excusa de que es necesario repartir tu empleo con posibles pintores en paro.

Mucha gente cree que el marxismo ha muerto. Es posible que haya muerto el proyecto que ilusionó a millones de personas y...arruinó la vida de varios cientos, si no miles, de millones más. Lo que seguro que sigue vivo entre los post-marxistas son los sofismas del viejo Marx. La propuesta de "reducir la jornada laboral para repartir el trabajo" sólo refleja la ignorancia en materia económica de aquellos que la propugnan. Al alegar que no hay trabajo para todos en una economía cada vez más industrializada y que por tanto, la solución consiste en repartir el trabajo disponible, repiten el viejo sofisma marxista del efecto expulsión derivado de la mecanización.

En verdad es un error grosero, confundir lo que sobra —el trabajo por hacer—, con lo que falta —un número suficiente de buenos sueldos para retribuir a los trabajadores en paro que desean trabajar. Evidentemente, el trabajo por hacer no puede escasear mientras sea posible mejorar las condiciones materiales de vida, es decir mientras el hombre sea hombre y no Dios. Dado que lo que escasea es un número suficiente de puestos de trabajo altamente productivos que puedan ser bien retribuidos, es curioso que los socialistas busque el problema —en disponer de más máquinas y en producir más—, precisamente donde se encuentra la solución. Por eso, los que quieren trabajar emigran a las regiones donde hay industrias, y por eso los trabajadores de más éxito son los que se preocupan por mejorar su productividad. Al menos en Suiza parece que eso lo tienen claro. Quizás eso tenga algo que ver con que tengan la renta per cápita más alta del mundo.

Este artículo, junto a otros de Manuel F. Ayau, Álvaro Bardón y otros se publica en La Revista de Economía e Ideas de Libertad Digital. Si desea leer más, pulse AQUÍ

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