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José Luis Roldán

28-F, Día Mundial de la Corrupción

Propongo que el 28-F, Día de Andalucía, sea también señalado como Día Mundial de la Corrupción; al menos mientras en eso sigamos siendo unos aventajados.

Propongo que el 28-F, Día de Andalucía, sea también señalado como Día Mundial de la Corrupción; al menos mientras en eso sigamos siendo unos aventajados.

Ahora que es moda fijar un día para conmemorar incluso lo más trivial, que hasta las suegras y los cuñaos tienen el suyo, propongo que el 28-F, Día de Andalucía, sea también señalado como Día Mundial de la Corrupción; al menos mientras en eso sigamos siendo unos aventajados. O sea, tanto como dure este régimen que padecemos, sostenemos y, a tenor de los votos, deseamos.

Porque la corrupción en Andalucía es inherente a su régimen político. No digo que la democracia sea ajena a la corrupción. Es más, la democracia, siendo creación humana y, por tanto, imperfecta cosa, necesariamente traerá la corrupción en su seno. Ahora bien, aun siendo inevitable, en democracia la corrupción es circunstancial y se la combate con numerosos y diversos instrumentos. Dicho de otra manera, una cosa es la corrupción en la democracia y otra bien distinta la corrupción de la democracia -como acertadamente apuntó el profesor Jorge de Esteban-, que es lo que aquí pasa.

Esa es la cuestión. Y eso, precisamente, es lo que diferencia y caracteriza la corrupción en Andalucía de la que se da en cualquier otro lugar de España. La corrupción en Andalucía no es cosa de cuatro golfos -como pretendió vendernos Chaves-; la corrupción es institucional -hipótesis a la que apunta en sus autos la juez Alaya-. No son, pues, las personas. No son cuatro golfos. Es la Junta de Andalucía.

La Junta de Andalucía es la salsa en todos los guisos corruptos. Es la madre de todas las corrupciones. Todos los escándalos de corrupción: Mercasevilla, los ERE, Invercaria, Bahía Competitiva, UGT, etc., por citar sólo los más recientes y no remontarnos a Ollero, Juan Guerra, las tragaperras, la Expo, etc., remiten en última instancia a la Junta de Andalucía. Así pues, corrupción institucional. Sistémica y sistemática. Practicada a lo largo del tiempo y a lo ancho del territorio. Y siempre con el mismo protagonista: la Junta de Andalucía.

Este tipo de corrupción es propio de regímenes autoritarios, populistas o neototalitarios, como es el caso; es decir, un régimen político que participa de ciertas características propias de los populismos y de los totalitarismos, en el marco formal y aparente de una democracia. Una de esas notas propia del totalitarismo, la identificación partido-estado (si no partido único, sí hegemónico; si no estado, sí un sujeto político que se le asemeja), explica por qué en Andalucía, donde la corrupción es ubicua, nunca alcanza, sin embargo, al PSOE.

Evidentemente, no es porque el PSOE de Andalucía sea un partido mirífico, sino porque PSOE y Junta son la misma cosa. Los intereses del PSOE los representa y defiende la Junta. El PSOE, como el octavo pasajero de la película de Ridley Scott, parasita las instituciones y elude el riesgo.

Eso es lo fundamental. Lo demás que caracteriza la corrupción andaluza, y le da un buqué tercermundista, no son sino inferencias apodícticas de lo anterior.

Así, su carácter excluyente. La Junta actúa en régimen de monopolio. Ninguna otra corrupción de calado es posible fuera de su tela de araña -por usar la expresión de Pedro de Tena-; recuérdese, por ejemplo, el caso Marbella y cómo Jesús Gil demostró con papeles que la Junta estaba en el ajo de sus trapicheos (Véase en LD "Los Salinas, la transición del socialismo al capitalismo pasando por la Junta de Andalucía"). Por eso no hay escándalo de corrupción en Andalucía donde no esté implicada la Junta.

Del mismo modo, el hecho de ser socialmente aceptada. Es curioso pero, según los sondeos de opinión, los andaluces percibimos la corrupción como un problema preocupante. Mas, sin duda, debe tratarse de la corrupción que se produce extramuros, o sea, la del PP; pues de otro modo no votaríamos lo que votamos. Además, no puede olvidarse -y eso ya lo barruntó Tocqueville- que este régimen es provisor y que fuera de su manto protector "hace mucho frío", esto otro -mitad admonición, mitad amenaza- no lo dijo Tocqueville, sino, haciendo honor a su lengua bífida, Guerra. Así pues, acomodémonos.

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