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José Luis Roldán

De perros y galardones

Creo que un sentimiento, no del todo humano, lo mató: la melancolía.

Creo que un sentimiento, no del todo humano, lo mató: la melancolía.

Está hecho el corazón del estío, periodísticamente hablando, para la frivolidad. La prensa mira por la salud de las conciencias, y les concede vacaciones. Así, a falta de asuntos banales que, sin embargo, en nuestra humana soberbia juzgamos trascendentes, las agencias nos han colado, como de relleno, la noticia de la muerte de un perro.

Ha muerto Ájax. No he podido saber el porqué de su nombre; me inclino a imaginar que lo debía al héroe aqueo de La Ilíada, el gran Áyax, Ayante Telamonio, el invicto.

Prefiero de ese modo asociarlo en el recuerdo con el héroe infatigable. Ambos debieron su grandeza sólo a su propio mérito y esfuerzo (¿creéis, por ventura, que hay a nuestra espalda otros defensores…?). Ambos entregados e intrépidos, incluso temerarios. Ejemplo, también, de incondicional y desprendida lealtad.

Ájax –me resisto a llamarlo como a un detergente– conoció lo que la vida ofrece a los desheredados de la fortuna; a veces parece que el hado emplea con las bestias el mismo rigor que usa con los hombres. Ájax padeció el desarraigo –siendo pastor, servía lejos de los pastos y de la cabaña–; lo consumió una excesiva vida laboral –trabajó 56 años, si lo transponemos a tiempo humano, conforme a la proporción generalmente aceptada-; disfrutó una breve jubilación y acabó sus días en la fría soledad compartida de un asilo. Creo que un sentimiento, no del todo humano, lo mató: la melancolía.

Tampoco le fue ajena la desafección de los suyos. Hay quienes dicen que la envidia es el pecado capital de los españoles; no soportamos la felicidad del prójimo, y nos ofende que una espiga descuelle en la mediocre homogeneidad de la gavilla. A eso ha contribuido, sin duda, una arcana pulsión que anida en lo más profundo de cada español. El zapaterismo supo aflorarla, y nos ofreció la liquidación de la clase media y la erección de una clase mediocre.

Tampoco pudo Ájax librarse de eso. Porque, aunque se cuenta en los papeles que Ájax conoció los laureles del triunfo, siendo ello cierto, éstos hubieron de ser extraños: la Cruz de San Jorge, no la de la Generalitat (¿se imaginan a Artur Mas condecorando ¡a un perro de la Guardia Civil!?), sino la de la pérfida Albión en su modalidad canina. Vuelve a ocurrir, ahora con un perro; es un hábito, ajeno a la modestia, esta incapacidad nuestra para apreciar lo bueno que otros ven en nosotros.

Este perro ha salvado muchas vidas; y gracias a él el estatus de víctimas potenciales del terror, del que por nacimiento gozamos todos los españoles, no se ha visto en muchos trascendido. Tome nota Rajoy, y reconozca sus benéficos servicios. Aprenda a condecorar a los laboriosos perros y no a las parásitas garrapatas, como hasta ahora ha venido haciendo. Premie el mérito y no desprestigie los honores otorgándolos a quien no los merece. Porque, además, ya se habrá dado cuenta de lo que sabiamente advirtió Quevedo: "Pocas veces quien recibe lo que no merece agradece lo que recibe".

Si estuviese en sus manos, mi amigo Pedro de Tena, acreditado y compasivo "filóquino o cinófilo", le erigiría un mausoleo en su entrañable cementerio canino, con un bello epitafio con forma de soneto. Como hizo Lord Byron con su perro Boatswain. Sirva de sugerencia a quien corresponda.

Al menos, algunos honraremos su memoria. Descanse en paz.

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