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José Luis Roldán

El parto de la ratona

El caso Bárcenas no se acerca ni de lejos a los protagonizados por el PSOE en Andalucía.

El caso Bárcenas no se acerca ni de lejos a los protagonizados por el PSOE en Andalucía.

A los cuatro días de su andadura por la tierra ya supo el hombre –y lo plasmó en los libros sapienciales– que lo que fue, es; que lo que es, será. Que nada hay nuevo bajo el sol. De modo que no me sorprende lo más mínimo el espectáculo que la izquierda patria –y, en particular, el PSOE de los "cien años de honradez"– ha montado en torno al caso Bárcenas. Son maestros, estos refutadores de Esopo, en engendrar elefantes de ratones.

Porque si sometemos los hechos de los que hasta ahora tenemos noticia a la férula de la razón, el affaire Bárcenas no desentona respecto al caso Pepiño Blanco o al recientemente destapado por la juez Alaya en la Operación Madeja. Esto es, financiación ilegal del partido, mediante la técnica de la mordida por adjudicación de contratos; o, incluso, ni siquiera eso, como parecen delatar las fortunas de los supuestos intermediarios. Hablamos, por tanto, en ambos casos de los mismos delitos: tráfico de influencias, cohecho, prevaricación, fundamentalmente.

El caso Bárcenas no se acerca ni de lejos a los protagonizados por el PSOE en Andalucía. Con la gran diferencia de que uno –Bárcenas– se produce en el ámbito de la sociedad civil (es decir, en principio, ni a usted ni a mí nos meten la mano en la cartera); en tanto que los otros –PSOE de Andalucía– suceden en el ámbito de las instituciones del Estado y, por tanto, el dinero escamoteado sale de los bolsillos del contribuyente, de los nuestros.

No sólo eso. Creo que a nadie se le escapa que no tiene la misma trascendencia que el tesorero de un partido ande pidiendo comisiones a empresarios o rentabilizando sus influencias, que el hecho de que un partido que gobierna un territorio durante décadas haya creado entes y diseñado procedimientos para eludir los controles legales sobre los fondos públicos, que, al final, casualmente, han acabado en los bolsillos de sus correligionarios políticos y sindicales. O sea, que han convertido una importante institución del Estado en asamblea de truhanes, como los de M, sólo que éstos colaboraban con la Justicia en su investigación, al contrario que aquéllos, que la entorpecen y obstaculizan.

¿Por qué, entonces, esta diferencia abismal en el tratamiento de uno y otros; y en su repercusión en la sociedad?

Los socialistas, hay que reconocerlo, tienen la habilidad innata de coronar sus crímenes. Son capaces, lo han acreditado, de convertir sus delitos en gestas patrióticas o filantrópicas. Ahí tenemos, sin ir más lejos, el caso de Chaves. Su hijo Ivancito visitaba cajas de ahorro y entidades dependientes o vinculadas a la Junta de Andalucía –siendo su padre el mandamás, el boss, el capo di capi, el amo del cortijo– y no sólo era recibido por los jefes, sino que hacía negocio; LD lo publicó. O, Paulita, que aún no había puesto los pies en la calle San Fernando cuando ya era contratada como directiva por empresas multinacionales a las que su papá –presidiendo el Consejo de Gobierno– les otorgaba subvenciones millonarias; LD lo publicó. Y de algunos de sus hermanos, mejor no hablar.

¿Y qué hizo el PSOE? ¿Le pidió la dimisión? ¡No, por favor! Lo puso de referente moral y ético y de ejemplo de buen padre, que mira por el bienestar y el futuro de sus hijos.

Así pues, de la misma manera en que hacen virtudes de sus vicios, son capaces de exagerar hasta lo inimaginable las faltas ajenas.

Esto es lo que ocurre con el asunto Bárcenas. El PSOE, ladinamente, ha sabido vincular el supuesto cobro de comisiones por parte de Bárcenas con el pago de sobresueldos a determinados dirigentes del PP; algunos, hoy, en el Gobierno. Hábil manipulación de los hechos que, muy frecuentemente, suele inducir a establecer erróneas relaciones de causalidad. Esta modalidad del método de las variaciones concomitantes parece obra de Fredy el Químico. Usando el mismo método, uno de mi pueblo llegó a la conclusión de que la Coca-Cola emborrachaba. La había combinado con ron, y emborrachaba; con ginebra, y emborrachaba; con güisqui, y emborrachaba. Estaba claro, pues.

Objetivamente, nada tienen que ver una cosa y la otra. Si se acreditase que Rajoy, mientras fue ministro, cobró sueldos del partido, eso no constituiría delito alguno; ni siquiera aunque no los hubiese declarado como ingresos. Tal hecho no supondría más que una infracción de la ley que regula las incompatibilidades de los miembros del Gobierno, pero no un ilícito penal.

Ello no quiere decir –de ser cierto– que el hecho carezca de importancia. No se me malinterprete. Si fuese cierto, Rajoy debería dimitir aunque no hubiese cometido delito alguno; por aquello de la mujer del César que contó Plutarco en las Vidas paralelas.

Lo que pone de manifiesto esta hiperbólica explotación mediática del caso Bárcenas, y su astuta manipulación, son tres cosas: primera, que los socialistas son maestros en el arte del agitprop y dominan la calle; segunda, que ejercen una evidente influencia sobre la mayoría de los medios de comunicación; tercera, que tienen elementos infiltrados en la judicatura.

Pero, también, sobre todo lo demás, lo que evidencian las actitudes de los socialistas ante este escándalo es que el PSOE sigue siendo un partido de pulsiones totalitarias. La moralidad pública les importa un pepino. El poder es su única religión, y no aceptan ningún otro Gobierno que no sea el suyo. Ya hemos tenido muestras suficientes de que socialismo y democracia no se compadecen.

Y es que con los totalitarismos ocurre como con los incendios, hay que extinguirlos radicalmente o, de otro modo, el fuego renacerá de los rescoldos. No digo que haya que acabar con el PSOE, todas las ideas merecen respeto. Lo que sostengo es que hay que acabar con lo nefasto de su obra, que el PP con sus complejos nunca se atrevió a tocar, cuando gobernó; hay que minar hasta no dejar ostugo los cimientos de un neototalitarismo que comenzó a plantar González ("Montesquieu está muerto y enterrao") y que, 11-M de por medio, intentó perfeccionar Zapatero.

Por eso estamos como estamos, cada vez más menesterosos de democracia y cortos de libertades.

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