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José Luis Roldán

Tinta negra y transparencia

No es la corrupción lo que les molesta, sino que se airee. No les ofende el delito, ni el delincuente, sino el mensajero.

No es la corrupción lo que les molesta, sino que se airee. No les ofende el delito, ni el delincuente, sino el mensajero.

"Ellos deciden a quién se interpreta, quién actúa y quién puede dirigir…" (La vida de los otros). Así era entonces tras el Telón de Acero, como aquí ahora; que el muro que nos separa del mundo libre y próspero sigue en pie y se robustece con el paso del tiempo –esa materia implacable y justiciera con todos y con todo y, sin embargo, para el régimen andaluz, inocua, si no propincua y benefactora–. Aquí, el ministro no se llama Bruno sino Emilio. Emilio de Llera. Fiscal. Él dirige la orquesta –a la que me avergüenza pertenecer–, elige la partitura y decide quién toca y quién –si se resiste a corromperse– se pudrirá, olvidado, en el ángulo oscuro del salón, como el arpa polvorienta del poeta sevillano. Emilio está, como Bruno, para garantizar al régimen que la Justicia y la Policía hacen sonar la melodía deseada. Por eso, cuando los músicos –llámense Udef o Alaya– no obedecen su batuta, Emilio brama.

Ahora le ha molestado –dice que es echar tinta negra sobre Andalucía– que la Policía, la que él no controla, investigue el colosal fraude de los fondos destinados a la formación de los parados que la Junta de Andalucía propició con su soberbia incuria. Eso en el mejor de los casos: cuatro golfos, entre los que figuran los de siempre, los clásicos –ya saben ustedes, ese exconsejero de Hacienda y ese sindicato que firmó con la presidenta Susana un convenio para repartirse el negocio y que empleó a su marido en uno de sus chiringuitos de formación–, limpiaron las arcas públicas delante de las narices de la Junta, que no se enteró de nada. O sea, negligencia inexcusable, punible, por tanto, y culpa in vigilando.

Le ha molestado, sobre todo, que la prensa lo publique sin que el caso esté "judicializado". Y se comprende; de ser así el caso de los ERE, por ejemplo, aún estaría guardado en algún cajón de la Fiscalía. No habría caso, no habría prensa, y todos contentos. Pero, al cabo, eso no deja de ser vaga excusa, porque aunque el caso estuviese en manos de un juez –pongamos que Alaya–, tampoco quedaría satisfecho, e iría denostándola, valiéndose tanto de la adulación como del vituperio y la amenaza –como hace la muerte con la doncella en el quinteto de Schubert–; e iría, como ha ido, diciendo que está muy guapa y que trabaja mucho, demasiado; o que adopta las decisiones en función del calendario político; o que se extralimita o, en suma, que prevarica. Eso, sin contar que, en su empeño por tapar la podredumbre, termine ayudándole su colega, colega por duplicado, Narciso Gallardón; y, entre uno y otro, consigan, como pretenden, poner la mordaza a la prensa.

Negocio redondo; pues no es la corrupción lo que les molesta, sino que se airee. No les ofende el delito, ni el delincuente, sino el mensajero (eso, en la neolengua del régimen, que practica con maestría la Suprema de Triana, se llama transparencia).

Por eso, la preocupación de la Junta es averiguar quién, entre los funcionarios, ha filtrado los hechos, mientras que, al día de hoy, sigue sin incoar expediente sancionador a los que han sido pillados con las manos en la pasta, esto es, al exconsejero Ojeda y a la UGT (esto, en neolengua, se define como perseguir implacablemente la corrupción).

Lástima que, tal como pintan las cosas en el paraíso andaluz, tal vez nunca podamos llegar a decir lo que dijo un personaje de la película:

Y pensar que gente como ésta gobernó el país...

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