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José Manuel Yáñez

No pienses que va a haber nuevas elecciones

Vamos como borreguitos a votar cuando nos citan, perdonamos la corrupción atroz que nos asuela, el nepotismo y las tomaduras de pelo desde los poderes públicos.

Y es obvio que ya está usted pensando que es irremediable que tengamos que meter de nuevo la papeleta. Es curioso cómo toda la dirigencia política repite sin cesar que no quieren una nueva cita con las urnas, que no, ¡por Dios,! que no nos van a volver a hacer pasar por ese trago porque ya nos hemos expresado con claridad. Mentira. No han entendido absolutamente nada y disfrazan su indigencia intelectual y moral con apelaciones vanas a la incapacidad del otro, para tapar su escasa estatura política, su egocentrismo patológico y su dudosa capacidad para sobrevivir profesionalmente fuera de la cosa pública.

Para pasarnos la mano por la espalda, afirman con desparpajo que la sociedad está dando una lección de prudencia, mesura y templanza. Que los españoles somos muy sensatos y clarividentes. Se lo pasan por el forro, porque en el fondo saben de sobra que somos una sociedad pastoreada y que, ante las continuas afrentas a las que nos someten, miramos casi siempre para otro lado. Vamos como borreguitos a votar cuando nos citan, perdonamos la corrupción atroz que nos asuela a izquierda y derecha, el nepotismo y las tomaduras de pelo desde los poderes públicos, justificadas como el gozoso imperio de la democracia, que prostituyen a diario; las damos como inevitables y descontamos todo tipo de explicaciones estúpidas a los continuos desmanes, como si realmente nos merecieramos dicho trato. Y a lo mejor nos lo merecemos, por no articular una respuesta política contundente.

Recientemente, distintos sociólogos me han alertado de la enorme ventana de oportunidad que se está abriendo en España para que pueda ver la luz, quizá con éxito a medio plazo, una fuerza política populista de derechas –ojo, no confundir con la extrema derecha de camisa azul– que empiece a cantar las verdades del barquero.

Una voz que empiece a escupir el hartazgo con los recortes sociales mientras que la inflación de instancias políticas permanece casi intacta. Que diga que ya está bien del abuso de las ayudas sociales por parte de inmigrantes que supuestamente las necesitan, como me explicaban crispados el otro día habitantes de la localidad madrileña de Parla. Una fuerza política que empiece a capitalizar el descontento y hastío que se percibe en la calle y que tan pronto te diga que no es sostenible por más tiempo la existencia de tantos Estados dentro del Estado como te cante las cuarenta con la actitud en exceso rigorista de la Unión Europea y el coste que nos supone Bruselas y su escandalosa nómina de funcionarios. Por no hablar de la tentación de machacar al euro como responsable, en parte, de nuestro empobrecimiento individual desde su entrada en vigor.

En definitiva, una fuerza política que no sea casposa en apariencia y que capitalice todo aquello que no se dice en las tertulias políticas por aquello de la corrección política, pero que está en las tertulias informales del común.

Cuando ya han demostrado que los españoles les importamos absolutamente nada y que su puesta en escena, salvo honrosas y minoritarias excepciones, evidencia una enorme tomadura de pelo, no se extrañe usted si aquí aparece lo mismo que ha germinado con fuerza en otros países europeos, de los que también se decía que eran el paradigma de la mesura.

Que sigan tocando las narices, pero usted no piense en unas nuevas elecciones y tampoco en esa posibilidad que mis amigos sociólogos me cuentan. Veremos.

En España

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