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José María Albert de Paco

A vueltas con el mohín

Basta el recuerdo de Jordi Cañas, su impecable defenestración, para conjurar cualquier arrebato de osadía.

Basta el recuerdo de Jordi Cañas, su impecable defenestración, para conjurar cualquier arrebato de osadía.
Rivera y, en segundo plano, Santamaría y Rajoy | EFE

Los resultados del 26-J han levantado las primeras voces discordantes en la Ejecutiva de Ciudadanos desde que, en 2009, el error Libertas estuviera a punto de enterrar a la entonces bisoña formación. Algunos dirigentes habrían considerado lógico que el secretario de Comunicación, Fernando de Páramo, y el secretario de Organización, Fran Hervías, presentaran la dimisión. Sobre todo el primero, artífice, junto con Rivera, del magro discurso anti-Rajoy en que Ciudadanos se halla instalado desde el 20-D. Con todo, ni De Páramo ni Hervías se han reconocido corresponsables del fracaso, y son precisamente estas omisiones lo que, el lunes, motivó que más de un miembro de la cúpula se acabara mordiendo la lengua. Con toda probabilidad, Rivera no habría aceptado las renuncias de sus pretorianos; incluso es posible que la Ejecutiva en pleno hubiera reaccionado arropándolos. Sin embargo, lo que a dichos dirigentes les parece incomprensible es que ni uno ni otro se crean en la obligación moral de poner el cargo a disposición del partido.

Por el momento, nadie discute la figura de Rivera, que, no obstante, parece inmune a la evidencia de que el PP, con Rajoy como candidato, ha logrado casi 100 escaños más. A este respecto, resulta imposible desvincular el nuevo triunfo del PP del liderazgo de Rajoy, por lo que si ya en diciembre el veto se antojaba inconveniente, ahora empieza a verse como un desvarío. Particularmente, por el mal perder que trasluce, y que contraviene una de las principales señas de identidad del partido y, claro está, del propio Rivera: el fair play.

En cierto modo, la pérdida de 8 escaños, aun siendo preocupante, no lo es tanto como la negativa de Rivera y su círculo virtuoso a aceptar los hechos. Entre los dirigentes que verían con buenos ojos abandonar la retórica del veto figura Javier Nart, que se ha mostrado partidario, en declaraciones a El País, de "tragarse el gigantesco sapo" de la censura y abstenerse en favor del candidato popular, por mucho que no le parezca la persona más idónea para conducir España. Obviamente, Nart no es el único cuadro que opina de ese modo, pero ningún otro se la quiere jugar; cuando menos, de manera tan frontal. Basta el recuerdo de Jordi Cañas, su impecable defenestración, para conjurar cualquier arrebato de osadía.

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