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José María Albert de Paco

Por una televisión nacional

La reducción de España a una trama ministerial corre pareja a la exaltación de cualquier fragmento de (ir)realidad que respalde la especie de que Cataluña es un Estado, o, por ser más exactos, un Estado en ciernes.

El acuerdo entre Canal Plus y Mediapro deja a TV3 y, con ella, al resto de autonómicas sin fútbol de primera división. Treinta millones de euros (la cifra que, según Expansión, venía pagando TV3 a Mediapro por los derechos de retransmisión de la Liga BBVA y la Copa del Rey) se antojan demasiados para una cadena que, desde finales de los ochenta, ha hecho bandera del fútbol en catalán; o, por mejor decir, del Barça en catalán.

La renuncia de TV3 no constituye ninguna sorpresa. En noviembre de 2011, en una comparecencia en el Parlamento, Mònica Terribas, a la sazón directora de la cadena, anunció que tendrían que desistir de dar fútbol. Como es habitual en su grey, más que un anuncio fue una amenaza, sin que a día de hoy sepamos quién era exactamente el amenazado. Tras la comparecencia, y con la sala semivacía de periodistas, Terribas se aflojó los esfínteres y vertió unas lágrimas sobre los papeles, cumpliendo así con los principios que, grosso modo, nutren la retórica nacionalista: chantaje, sentimentalismo y ficción.

Ficción, sí, porque lo cierto es que, pese a la admonición crepuscular de la directora de TV3, ningún telespectador catalán iba a quedarse sin fútbol en abierto. Ya entonces, lo previsible era que La Sexta, que ofrecía el partido de los sábados, siguiera haciéndolo (como así está ocurriendo esta temporada, bien que de forma provisional). Apurando la sinécdoque, podría decirse que los televidentes catalanes ni siquiera se quedarían sin el Barça, pues en ningún lugar de España hay tantos abonados a Canal+ como en Cataluña. Entonces, ¿a qué venían los sollozos de Terribas?

Verán, uno de los mandatos de la televisión autonómica catalana tiene que ver con esa ficción de que les hablaba, con fomentar la ilusión de que España es un ente discutible; de ahí, por ejemplo, la obstinación en hablar de los incendios forestales del Estado Español; o de la moda del Estado Español. La operación no acaba aquí, claro. La reducción de España a una trama ministerial corre pareja a la exaltación de cualquier fragmento de (ir)realidad que respalde la especie de que Cataluña es un Estado, o, por ser más exactos, un Estado en ciernes. De ahí que el parte meteorológico de TV3 se convierta en un ejercicio de geografía recreativa, o que se magnifique el papel de las embajadillas, o que se dé pábulo a cualquier iniciativa que contenga en su seno el vector nacional. De ahí, también, que Terribas gimotee ante la inminente pérdida del partido de los sábados.

Porque el fútbol, para la exdirectora y el resto de ideólogos de la cadena, es uno de esos acontecimientos que otorgan la vitola de televisión nacional. El hecho de que la competición futbolística sea española es un detalle casi irrelevante al lado de lo que supone un paisaje bífido en que el fútbol corre a cargo de La Sexta para España y de TV3 para Cataluña.

Al cabo, el ímpetu centrífugo de la intelligentsia del régimen redunda en una paradoja harto familiar: los catalanes, que sólo somos medio españoles, terminamos viendo por duplicado acontecimientos cuyo único interés reside en su españolidad, ya se trate de un Barça-Madrid o de una de esas carreras en que corre este chico de Oviedo.

En TV3 no habrá este año fútbol ni Barça. Hace ya dos jornadas que ha empezado la Liga y no pasa nada. No pasará nada. Eso es el nacionalismo: un tropel de chantajes que, a la menor reculada, se quedan en nada. Y no pasa nada.

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