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José María Albert de Paco

Tubau, contra la posteridad

Los pleitos de Tubau con el catalán eran los propios de quien concebía la lengua para un uso bastante más placentero que la infausta construcción nacional.

En los albores de su pubertad, a Iván Tubau le aterró que hubiera hombres que, como Victor Hugo, vivieran atrapados en la posteridad de la Larousse. "Que alguien pueda morir pero siga vivo en la memoria de Francia le parece más temible aún que vivir para siempre", dice al comienzo de sus memorias (tituladas, precisamente, Matar a Victor Hugo), evocando en tercera persona al adolescente que fue. "Ya no puedes pasear al sol y hacerte pajas (...) y en cambio permaneces en la memoria de ese conglomerado de conneries que constituye la memoria de Francia". El empeño que en adelante guiaría sus pasos constituye una de las expresiones más sofisticadas de inmodestia de las que yo haya tenido noticia. Consciente de su talento para las artes, emborronaba sus propios trabajos para eludir la horrenda posteridad; lo hacía, además, con la cautela suficiente como para que su impericia resultara verosímil. Se trataba, insisto, de ser el segundo en lugar del primero, de librarse (¡a base de maestría!) de esa forma abyecta de eternidad que, a su juicio, era la Larousse, sinécdoque del saber apelmazado. Obviamente, no lo consiguió.

Para empezar, en 1965 quedó el número uno del primer concurso nacional de presentadores y locutores de RTVE, al que se habían presentado 500 opositores, entre ellos Juan Manuel Gozalo y Luis del Olmo. El propio Del Olmo, mientras pronunciaba una conferencia en la Facultad de Ciencias de la Información de la UAB, al identificar a Tubau entre el público, interrumpió su intervención: "Ese señor se llama Iván Tubau. Le conocéis porque es catedrático de vuestra facultad, pero no sé si sabéis que hace treinta años sacó el número uno en un concurso para locutores de Televisión Española al que yo también me había presentado...". (En 1970, Tubau volvió a opositar a una plaza, esta vez de redactor, para TVE en Cataluña, y obtuvo de nuevo, lo que son las cosas, el primer puesto de su promoción). De su paso por la televisión queda, sobre todo, un magnífico programa de entrevistas, El divan d'Iván, en que asentó el principio de que entrevistar es, sobre todo, escuchar al entrevistado, desplegar una conversación ingeniosa y, por qué no, tentar el arte de la seducción. Lo demás son formularios.

Su anhelo de subalterno sufrió otra derrota en el ámbito de la docencia. No en vano, se sacó de la chistera la asignatura de Periodismo Cultural y la impartió como si fuera útil. A diferencia, por cierto, de la semiótica de ultratumba que infligían al alumnado la mayoría de sus colegas. Las de Tubau no eran clases complacientes. Como le oí decir a Arcadi Espada respecto al Bulli, al aula de Tubau había que ir algo tenso. Con la prensa leída, las películas del Verdi visionadas y el inconformismo a flor de piel. Con la certidumbre, en suma, de estar asistiendo, más que a una exposición sumarial, a un acontecimiento, a la encarnación misma de la sabiduría. Una tarde dejó caer un ejemplar de la gramática de Alarcos en uno de los pupitres y, con la mirada encharcada, nos dijo: "Ahí tenéis. Una gramática". Secamente. Ante la ausencia de adjetivos cundió el pánico, y aun hubo pupilos que chistaron con ramplonería, como haciendo befa de la emoción que embargaba a Tubau. A los quince días, el decanato lo fulminó por haber dicho "francés".

Francés, sí. En una clase del curso anterior, y a propósito de una reflexión sobre la película Les nuits feuves, de Cyril Collard (la sesión, si no yerro, versaba sobre adaptaciones cinematográficas de novelas), Tubau leyó la siguiente frase: "Quand je t'encule je pénètre dans ton dos, mais c'est ton âme que je cherche". ¿Alguien puede traducirlo?, pregunta Tubau. Una alumna, Montse Palacín, se ofreció a ello: "Cuando te doy por el culo penetro en tu cuerpo, pero es tu alma lo que busco". Y Tubau no se abstuvo de puntuar la traducción: "Muestra usted un gran dominio del francés; y parece, además, que sabe hacerlo". Ah, pero Tubau se había significado públicamente contra el nacionalismo catalán y, más en concreto, contra la inmersión lingüística, que consideraba una aberración. Fue, por decirlo todo, uno de los primeros intelectuales catalanes que se atrevieron a cruzar ese campo minado. ¡El primero de su promoción, una vez más!; también contra Catalunya se cifró su derrota contra la posteridad. Así las cosas, su afición a la galantería, por procaz o inofensiva que ésta fuera, le costó una suspensión de empleo y sueldo en la que algo tuvo que ver la sed de venganza de un grupo de alumnos del mismo curso a los que Tubau había suspendido por no saber quién era Ava Gardner. Y, ni que decir tiene, el afán de escarmiento del cogollo de nacionalistas que dirigía la facultad, y que luego harían carrera con el Tripartito. En cuanto a Palacín, la joven supuestamente ofendida, ésta fue su declaración ante el instructor del caso, Isidre Molas:

Me parece un poco surrealista el hecho de que un grupo de alumnos se sienta autorizado a erigirse en velador del honor de una presunta víctima de "falta de respeto", "abuso de autoridad" o "machismo" si la persona directamente afectada en ningún momento ha considerado pertinente hacer oír su queja. (...) El precedente, llevado al paroxismo, podría favorecer la creación de la grotesca censura de un censor que asistiera a las clases para velar por la moral de los alumnos y que se sancionara al profesor con un recorte de sueldo por cada frase fuera de tono.

Los pleitos de Tubau con el catalán eran los propios de quien concebía la lengua para un uso bastante más placentero que la infausta construcción nacional. El pujolismo, en su obsesión por levantar un muro entre el castellano y el catalán, pergeñó un idioma ortopédico, una cargante jerigonza por la que la palabra barco, sospechosa de lesa catalanidad, resultó en vaixell, y ello pese a la validez de las formas embarcació o barca. Otro tanto sucedió con algo, que fue reemplazado por el protésico quelcom para extrañeza de nosaltres, els catalans, que seguíamos diciendo algú o alguna con absoluta naturalidad. A ello se refirió Tubau en Paraula viva contra llengua normativa o Llengua i pàtria amb ceba tendra, obras que, en cierto modo, vendrían a apuntalar la intrepidez filológica de Xavier Pericay y Ferran Toutain.

Cuando Tubau, en suma, afirmaba que el catalán era un artificio, un artefacto puramente ficcional, aludía a esa variante antipática que había ido fraguándose en los laboratorios sociolingüísticos del régimen. También, cómo no, al hecho de que en la universidad donde enseñaba, profesores castellanohablantes, impelidos por la ideología dominante, dieran clase en un catalán infame. Y que alumnos asimismo castellanohablantes tomaran la palabra en un catalán peor aún que el de los profesores, de forma que lo que debiera ser un diálogo más o menos riguroso acababa siendo una afrenta a la gramática, todo ello para vergüenza de quienes, como Tubau, se desenvolvían en catalán de modo magistral. Así lo razona en su valeroso Nada por la patria:

Mi madre, como cualquier catalán de lengua materna catalana, decía siempre "des de que". La norma impone "des que", fórmula que, hasta donde alcanza la memoria de los más viejos del lugar, nunca ha existido en la lengua viva usual. No puedo escribir en mi lengua materna. Eso me paraliza. O, por lo menos, me incomoda sobremanera.

En uno de sus postreros servicios al restablecimiento de la realidad, se enroló en el grupo de intelectuales no nacionalistas que promovieron la fundación de Ciudadanos. Qué hacía el más lustroso beatnik español, a sus 70 años, proclamando la necesidad de un nuevo partido político es un asunto que compete exclusivamente a la ciencia. O acaso a la poesía. Tras el acto de presentación en el Tívoli, el que dio la medida de que Ciudadanos, ay, iba en serio, Tubau le confió a Verónica Puertollano: "Qué bonito nos ha quedado. Ahora, ¡destruyámoslo!". Rescoldos, sin duda, de aquel niño que quiso acabar con Victor Hugo y que, hasta ayer a media tarde, fracasó por todo lo alto.

***

Cuando yo no esté aquí se habrá acabado el mundo
y no habrá nunca más olor de madreselva
ni acres fragancias hondas de entrepierna mojada
ni aromas en el vino ni azules en la mar.

Omar Pastecca

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