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José María Albert de Paco

Tunear la memoria

Por paradójico y aberrante que parezca, el progresismo se ha valido de la memoria para abolir todos los indicios que conducen a ella.

Por paradójico y aberrante que parezca, el progresismo se ha valido de la memoria para abolir todos los indicios que conducen a ella.

La izquierda española ha incorporado a su ADN la defensa de la memoria histórica como piedra angular no ya de su credo cotidiano, sino de sus programas electorales. En nombre de la memoria (o, de modo más preciso, de un magma melancólico en que se han ido rebozando nociones tan vaporosas como el orgullo o la dignidad) ha ordenado cambiar el nombre de las calles, derruir edificios, desmantelar monumentos, retirar estatuas y aun borrar vestigios de tiroteos en las fachadas de las iglesias. Por paradójico y aberrante que parezca, en fin, el progresismo se ha valido de la memoria para abolir todos los indicios que conducen a ella.

El expresidente Zapatero representó la apoteosis de esa infusa palabrería, que lo mismo servía para evocar la figura de su abuelo (nunca a la persona, siempre al símbolo) como para poner en entredicho la existencia misma de la nación española. De algún modo, el mirlo blanco del socialismo europeo trató de robustecer su discurso instituyendo una línea divisoria entre españoles que, lejos de ser novedosa, tenía mucho de versión posmoderna de las trincheras guerracivilistas. A un lado, el frente memorioso, compuesto por cándidos ciudadanos con ínfulas de Indiana Jones que querían la verdad antes de votar; al otro, las fuerzas desmemoriadas, integradas por un batallón de oficinistas de medio pelo a quienes poco importaba que la piel de toro estuviera sembrada de cadáveres. El terreno quedó abonado (y nunca mejor dicho) para peticiones tan temerarias como la impugnación de la Ley de Amnistía de 1977 o, ya en un plano puramente tragicómico, la solicitud, por parte del juez Garzón, del certificado de defunción de Francisco Franco, extravagancia que dio pie a párrafos como el que sigue, publicado en El País:

Sin embargo, el magistrado [Baltasar Garzón] es consciente de que Franco y todos los integrantes de la relación de golpistas que incluye en el auto han fallecido.

Hoy sabemos que esa reivindicación de la memoria no tenía como finalidad el justo acomodo del presente, sino identificar al adversario con el franquismo. No hay más que ver el trato dispensado por parte de la izquierda a las víctimas de ETA, convertidas de pronto en un hatajo de resentidos que, con su afán revanchista, pretenden entorpecer el proceso de paz, el advenimiento de ese tiempo nuevo cuya divisa, antes que la memoria, es el "pelillos a la mar". Así, mientras que el esclarecimiento de los crímenes franquistas es una premisa de salubridad moral, el de los más de 300 asesinatos de ETA en busca de autor es, como poco, una muestra de que las asociaciones de víctimas, inequívocamente instrumentalizadas por la derecha, actúan movidas por el odio. Como es fama, ay, en quienes todavía siguen vivos.

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