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José María Marco

El estallido de Irak

Muchos piden a EEUU que intervenga, pero está claro que no va a dejarse comprometer otra vez en este gran enfrentamiento.

Muchos piden a EEUU que intervenga, pero está claro que no va a dejarse comprometer otra vez en este gran enfrentamiento.

La ofensiva del EIIL –la organización terrorista separada de Al Qaeda en abril de 2013– parece haber cogido a mucha gente por sorpresa, aunque, según han dicho bastantes analistas, era de esperar, después de que el Gobierno de Bagdad intentara retomar el control de la ciudad de Faluya, en manos de los terroristas.

Sorpresa o no, el caso es que la toma de Mosul por el Estado Islámico de Irak y el Levante ha sido realizada en menos de cuatro días, entre el 6 y el 9 de junio, por unas fuerzas guerrilleras de entre 400 y 800 hombres. Los veinte batallones gubernamentales, con unas quince veces más hombres que el EIIL, se deshicieron como un azucarillo y huyeron de la ciudad dejando atrás todo el material y el armamento (pagado en parte por Estados Unidos), que ha caído en manos de los terroristas. Mosul, una ciudad de 1,8 millones de habitantes, ha quedado abandonada y a medias desierta, en manos de los saqueadores.

La respuesta más fuerte no ha venido del Gobierno de Al Maliki. Ha venido de la comunidad chiita, y muy en particular del ayatolá Alí al Sistani, que por primera vez ha llamado a la movilización general de los fieles contra la ofensiva de los terroristas sunitas. También han actuado, y con gran rapidez, los kurdos, que se han adueñado de Kirkuk, al norte, una ciudad que servía de paso entre el Kurdistán y el resto del país. Los kurdos han venido asegurando la tranquilidad de su zona de influencia, se han esforzado por dar garantías a sus vecinos turcos y han empezado a explotar por su cuenta los yacimientos petrolíferos que existen en su territorio. La ONU se mostraba reticente ante esto último, por presiones de Bagdad. Probablemente todas las resistencias se hayan acabado estos días.

Así que el panorama de Irak empieza a ser el que sigue: una zona oeste, delimitada por el Tigris, controlada por el EIIL, con un califato en Siria y en Irak; otra zona al norte controlada por las fuerzas armadas kurdas, la Peshmerga, y una zona al este más o menos controlada por el Gobierno de Al Maliki, con el apoyo de Irán.

Como telón de fondo está el gran enfrentamiento entre chiitas y sunitas, o entre Irán y Arabia Saudita, o, si se prefiere, y para quien guste de referencias históricas de más alcance, entre persas y árabes. Irak, en este sentido, es un país, o un territorio, particularmente envenenado, en la frontera entre las dos comunidades, y dividido entre una mayoría chiita actualmente en el poder y una minoría sunita que lo está recuperando a la fuerza en zonas que considera propias.

Aparte de dejar ver con claridad una situación que parecía más confusa de lo que realmente es, lo ocurrido en Irak también empieza a revelar otra de las líneas de ruptura del conjunto del islam. Se ha podido decir que las revoluciones de la primavera árabe habían acabado con el panarabismo, y ahí están los enfrentamientos sectarios, es decir religiosos, para demostrarlo. Pues bien, es posible que además estén acabando con la idea de la organización en naciones, establecidas después de la descolonización. Tal vez el problema no sea, como se dice tantas veces, la artificialidad de las fronteras, sino otro más profundo que atañe a una cuestión religiosa y a la forma en la que esta crea una comunidad –también política– que entra en colisión con la idea de nación.

La Tercera Guerra de Irak, como se la ha empezado a llamar, está creando zonas de influencia controladas por grupos que no aspiran a crear naciones como las conocemos en otras regiones. Son comunidades políticas uniformes y excluyentes, en las que la religión desempeña un papel fundador. Quienes vivimos en democracias liberales tenemos que hacer el esfuerzo de intentar comprender o imaginar cómo la religión puede llegar a fundar una comunidad política. Lo más a mano que tenemos son los nacionalistas, que también tienen como objetivo primero acabar con la comunidad política nacional, que es lo que sustenta la democracia liberal.

Irak es uno de los laboratorios donde se está llevando a cabo este proceso. No es el único: ahí está Libia, donde parece imposible reconstruir, después de la intervención de los países occidentales, una estructura estatal nacional. También está el Líbano, donde la comunidad nacional está reventada, y Afganistán o incluso Pakistán, con unos grupos terroristas con capacidad para atacar (y volver a atacar) el principal aeropuerto del país.

Muchos, incluido Al Maliki, piden a Estados Unidos que intervenga, pero está claro que la Administración norteamericana no va a dejarse comprometer otra vez en este gran enfrentamiento. Y con razón. Los países europeos, por simple proximidad geográfica, deberían estar más interesados en encontrar cauces de solución. Mientras tanto, el conflicto que una vez fue sirio se extiende por todas partes.

© elmed.io

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