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José María Marco

El Golán israelí

Netanyahu dejado claro una vez más que Jerusalén no va a dejar de ser la capital de Israel y que no se va a volver a las fronteras de 1949.

Netanyahu dejado claro una vez más que Jerusalén no va a dejar de ser la capital de Israel y que no se va a volver a las fronteras de 1949.
EFE

Como es natural, Israel no participa en las negociaciones de Ginebra sobre la guerra de Siria, pero, como también es natural, no ha dejado de estar presente en ellas. La realidad suele acabar sobreponiéndose a la ficción. El caso es que la forma en la que Israel se ha hecho presente en las negociaciones es mediante dos movimientos del primer ministro Netanyahu: dos visitas a los Altos del Golán y dos declaraciones en el pasado mes de abril.

En la primera visita hizo público un secreto a voces, y es que Israel ha intervenido en multitud de ocasiones en territorio sirio en estos últimos años, para evitar el tráfico de armamento hacia el Líbano bajo control de Hezbolá. La segunda, para la que Netanyahu se hizo acompañar de su gabinete, con gran abundancia de testimonios gráficos, también expresa algo que todo el mundo sabía. Israel no piensa devolver los Altos del Golán a Siria y los considera, definitivamente y para siempre, territorio israelí.

Los Altos del Golán pasaron a estar bajo control israelí en 1967, tras la Guerra de los Seis Días. Fueron formalmente incorporados a Israel en 1981. Son una meseta de la que Israel controla la mayor parte, unos 1.200 km2. Tienen un alto valor estratégico porque domina la planicie israelí, al oeste, y la siria, hasta Damasco, del otro lado. También es fundamental por el agua. Desde 1967, los sucesivos Gobiernos israelíes han llevado a cabo una política continuada de asentamientos. Hoy viven allí algo más de 20.000 israelíes y otros tantos drusos de origen sirio, dedicados a la agricultura, muy avanzada, y al turismo, que se ha convertido en una de las principales fuentes de ingresos. La prosperidad y la tranquilidad de la zona –muy hermosa– contrastan con la situación en Siria. Caben pocas dudas de cuál sería su suerte de estar la frontera donde estaba en 1967.

Como era de prever, la teatral declaración de Netanyahu ha sido acogida con escaso entusiasmo. La izquierda israelí, que hace ya mucho tiempo presenta un instinto suicida tan fino como el de la española, las ha atribuido a puro oportunismo político, algo que con Netanyahu no cabe nunca descartar, aunque también conviene intentar comprender la estrategia subyacente. El Consejo de Seguridad de la ONU ha expresado su inquietud unánime ante las declaraciones israelíes. Y la Administración norteamericana sigue negándose a reconocer la soberanía de Israel sobre la zona. Más interesante ha sido lo ocurrido con Putin, a quien Netanyahu informó en persona, en Moscú, acerca de lo que constituye una "línea roja" de la política israelí. Putin no ha comentado nada, pero los rusos no han desmentido las declaraciones de los israelíes acerca de la colaboración en curso entre los dos países –y los dos ejércitos– ante el conflicto sirio. Siguen confirmándose, por tanto, las nuevas alianzas abiertas en Oriente Medio tras el inicio de retirada de Estados Unidos y las continuas fricciones que han marcado las relaciones entre Obama y Netanyahu.

En términos más generales, los Altos del Golán van a ser el primer lugar en el que se empiecen a rectificar las consecuencias del célebre acuerdo alcanzado por los negociadores Mark Sykes, por Gran Bretaña, y François George-Picot, por Francia, hace ahora cien años, en mayo de 1916. Aquel pacto estableció las fronteras de buena parte de los países que hoy conforman la región, aunque en realidad fue en 1923 cuando el territorio quedó bajo soberanía siria. Se habla mucho de la artificialidad de estas fronteras, si bien esta artificialidad se ha visto paliada por la historia del siglo XX, a lo largo del cual países entonces inexistentes, como Irak o Jordania, han cobrado identidad nacional propia. Ahora bien, por mucho que se critique aquel acto de hybrisimperialista, el respeto a aquellas fronteras sigue siendo un tabú inamovible.

El ejemplo de los Altos del Golán es la prueba de que tener en cuenta la realidad puede llegar a ser más positivo que aferrarse a cuestiones abstractas. Todo el mundo sabe los costes que tendría la devolución a Siria, y hasta qué punto añadiría violencia y desestabilización a la región: no hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar en qué se convertiría un enclave hoy pacífico, próspero y tolerante de acabar en manos de Al Nusra, de Hezbolá o del ISIS. De paso, las declaraciones de Netanyahu han aclarado una vez más que Jerusalén no va a dejar de ser la capital de Israel y que no se va a volver a las fronteras de 1949.

En cuanto a la dimensión histórica del argumento en pro de una posible devolución de los Altos del Golán, también existen otros, siempre abundantes en la región. Y es que los restos arqueológicos de la zona demuestran que durante siglos estuvo en manos del pueblo judío… El pasado sirve para comprender el presente, pero no siempre para encontrar soluciones viables.

© Revista El Medio

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