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José María Marco

El mundo mágico

Más que premiar una acción que ha conducido a unos hechos, los académicos han intervenido en la política norteamericana y han respaldado una línea. Ya sabemos cuál es: el diálogo, la diplomacia, la cooperación, un mundo sin armas nucleares.

Hay que reconocer que el Premio Nobel de la Paz no ha sido nunca un Nobel serio, como el de Medicina o el de Física. El de la Paz, como el de Literatura, pertenece a la categoría de los Nobel de broma, más o menos ideológicos, más o menos divertidos. En esto el de Obama no tiene nada de particular y los del Nobel han hecho una vez más el ridículo.

Sí que son nuevos los motivos de la Academia sueca o noruega para concederle el Nobel al presidente de Estados Unidos a los ocho meses de estar en el cargo y sin que haya logrado, por el momento, nada de auténtica trascendencia. Los motivos justificatorios confirman esta impresión. A Obama le han dado el Nobel por sus "esfuerzos extraordinarios por reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos", por "crear un clima nuevo para la política internacional", clima que ha conseguido que recupere su papel su posición central la "diplomacia multilateral". También ha tenido algo que ver "la visión de un mundo" sin armas nucleares y su "iniciativa" en cuanto al cambio climático.

Todo es futurible, por tanto, lo que significa, por lo menos en principio, que el Nobel tiene un significado que no se hace explícito.

Más que premiar una acción que ha conducido a unos hechos, los académicos han intervenido en la política norteamericana, que consideran propia, y han respaldado una línea. Ya sabemos cuál es: el diálogo, la diplomacia, la cooperación, un mundo sin armas nucleares. Pero hay más: la propia academia quiere ser protagonista en ese mundo multilateral que Obama está propiciando. Los académicos no sólo aplauden, quieren que contemos con ellos. El antiguo mundo de los empresarios y los soldados está dejando paso a otro de burócratas y terroristas. A partir de ahora tendrán que contar con los académicos.

La entidad futurible de la acción del galardonado sugiere otra hipótesis, y es que lo que se ha premiado no es un individuo sino un símbolo. Esto encaja bien con el hecho de que Obama se haya despersonalizado hasta convertirse en una marca que en vez de ofrecer realidades, evoca los deseos de cada uno y promete amoldarse a todos ellos con infinita ductilidad. Obama, o su imagen, los resume y los encarna todos con ese toque de magia que hace verosímil cualquier promesa, cualquier esperanza. Igual se ha podido premiar una iniciativa que un "clima" o que un símbolo post racial, como se dice.

Si los responsables del Nobel no han premiado a una realidad, es probablemente porque lo que ahora cuenta no es lo real, como no cuentan los resultados. Lo que vale son los procesos, las adaptaciones, los cambios, convertidos en los nuevos valores de unos Estados Unidos sin fronteras. Así se mecen los sueños de quienes han optado por un mundo virtual, sin asperezas. Lo mecen con mano de hierro, eso sí. Lo que ha quedado meridianamente claro es a quién y a qué política no le darán nunca el Nobel. Es como un mal chiste, una pesadilla.

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