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El envío de la brigada hispanoamericana Plus Ultra a Irak se ampara en la resolución 1483 de la ONU. Por esta resolución, el Consejo de Seguridad legalizó a posteriori la intervención aliada en Irak. La resolución 1483 reconoce a la ONU un papel “vital” en la reconstrucción de Irak, pero tuvo algo de desquite por parte de Estados Unidos, o del gobierno de Bush. Al negarse a que ese papel “vital” tuviera una traducción más concreta, Estados Unidos forzaba a aceptar su hegemonía a quienes se habían opuesto a la intervención.

Esa era la situación en mayo. Ahora las cosas han cambiado, porque Sadam sigue sin aparecer, la resistencia armada parece ir en aumento y las ambiciones y los resentimientos de chiítas y sunitas toman forma de violencia contra los norteamericanos. La persistente inestabilidad en Irak, convenientemente manipulada y exagerada, se convierte así en un nuevo argumento, aunque sea a posteriori, contra la intervención. Y replantea en tono polémico el significado de la resolución 1483. Si entonces Estados Unidos se negó a aceptar la intervención de la ONU, ahora es la ONU, y los gobiernos que se opusieron a la guerra, los que devuelven toda la responsabilidad de la posguerra a Estados Unidos.

En otras palabras, la posguerra sería exclusivamente cosa de Bush y de Blair. Éste es uno de los argumentos que se han utilizado para criticar el envío de tropas españolas a Irak. Hay otros. A diferencia de la participación de las tropas españolas en la antigua Yugoslavia, aquí no se trata de interponerse entre fuerzas en conflicto, sino de participar en la ocupación de un país. Los riesgos, por tanto, se multiplican. Se multiplican aún más por la debilidad del ejército español, que no permitió enviar soldados durante la guerra, y ahora no permite enviar las fuerzas adecuadas. Para una misión como esta, de mantenimiento del orden público, sería más aconsejable la Guardia Civil que la Legión. Finalmente, la falta de consenso entre las fuerzas políticas coloca al gobierno español en situación de alto riesgo. La utilización política de las posibles bajas será, previsiblemente, feroz.

Con tantos riesgos, ¿por qué no quedarse en casa? La primera razón, esgrimida por Ana Palacio, es la coherencia. Si se ha estado con Estados Unidos y Gran Bretaña durante el conflicto, sería inconsistente, literalmente incomprensible, negar la ayuda española a nuestros aliados. La segunda es la voluntad de participar en la reconstrucción de Irak, en la construcción de una democracia y de un país próspero y libre que pueda estabilizar la zona y servir de modelo. Eso no es imperialismo ni utopía. Es una tarea larga, muy difícil y un compromiso que debería ser motivo de orgullo. No hay que olvidar, finalmente, que es del interés de los españoles el contribuir a esta empresa

El gobierno hace bien en asumir riesgos. Y hace bien en pedir sacrificios. En este punto, confieso que no entiendo las protestas que se hacen en nombre de los militares: si yo fuera militar, me gustaría estar en Irak, la verdad. No sólo por patriotismo, sino por demostrarme a mí mismo que sé hacer mi trabajo. También es verdad que el gobierno, además de asumir riesgos políticos y pedir sacrificios, tal vez podría empezar a tomar en serio a la opinión pública. Alguien tendrá que explicar a la gente que es necesario reformar la ONU para que no se repitan eternamente situaciones como las que vamos a vivir otra vez. Y alguien tendría que a recordar que si se quiere ser libre, es imprescindible aumentar el gasto en defensa y seguridad.

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