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José María Marco

Islam y Occidente. Usos de la homosexualidad

La identificación de la homosexualidad con Occidente viene a significar para los islamistas la decadencia, la podredumbre moral de las democracias liberales.

La identificación de la homosexualidad con Occidente viene a significar para los islamistas la decadencia, la podredumbre moral de las democracias liberales.

El ataque terrorista al club Pulse, en Orlando, ha tenido por efecto colocar a los homosexuales –o al colectivo LGTB, como se prefiera– en el centro de aquello que se considera lo propio de la cultura de las democracias liberales –también se puede hablar de Occidente–: la libertad, la diversidad, la capacidad de la persona para elegir su condición y, en el fondo, su identidad. En tres generaciones, la homosexualidad ha pasado a ser una práctica marginada, cuando no reprimida, a significar la esencia misma de lo más valioso de nuestra civilización.

No se sabe si es ese el objetivo de los terroristas islamistas. Eso sí, el bestial ataque al club gay corrobora algo que está en el fondo de la mentalidad islamista –y que han expuesto en Dabiq, la revista del Estado Islámico–. Desde esta perspectiva, la identificación de la homosexualidad con Occidente viene a significar la decadencia, la podredumbre moral de las democracias liberales. Y los terroristas protegen a los suyos de esa plaga.

Llevar las cosas hasta la brutalidad a las que las llevan los islamistas rompe, claro está, con cualquier posición previa, a la que no se puede achacar la violencia de los terroristas. Ahora bien, esa sugerencia utiliza y recupera para sus propios fines la sensación de fracaso propio que pesa desde hace mucho tiempo en parte de la mentalidad de los musulmanes, al tiempo que sugiere –estúpidamente, pero no importa– que las democracias liberales, por el solo hecho de serlo y de encontrarse (relativamente) indefensas ante ataques como el ocurrido en Orlando, no son invencibles. Por lo menos se las puede humillar, y causar un daño irreparable a quienes se identifican con ellas.

También se juega con los prejuicios contra la homosexualidad que prevalecen en buena parte del Islam. Es bien conocida la desastrosa situación de los gais en la mayor parte de los países de tradición y mayoría musulmanas, y cómo la represión llega a la pena de muerte en algunos territorios, incluidos Irán y el califato del ISIS. Igual de brutal que la legislación, y a veces peor, es la vigencia de costumbres tradicionales, propia de sociedades conservadoras. Estas costumbres llevan a la marginación –y a veces al castigo– de las personas gais, más allá incluso de lo que la ley ordena y sin que las fuerzas de orden hagan nada para impedirlo. La situación ha empeorado con la reislamización de las sociedades de mayoría musulmana que viene ocurriendo desde hace décadas, propiciada y subvencionada desde el wahabismo suní (y en algunos territorios por el revival chiita).

La realidad contrasta con la fantasía acerca de la tolerancia propia del islam, que se quiso (y se sigue queriendo oponer) a la intransigencia de las sociedades de raíz judía y cristiana. En ciertos círculos homosexuales, progresistas o no, esta actitud tiene su origen en una cierta libertad que parecía propia de las sociedades musulmanas y que estaba vedada en sus propios países a los homosexuales europeos y norteamericanos. Sin embargo, la facilidad para las prácticas homosexuales estaba más relacionada con la obligada separación entre mujeres y varones, y con los medios de los que disponía el homosexual occidental, que con cualquier libertad de usos. La fantasía sobre la supuesta tolerancia islámica tiene también una raíz estética, tan importante siempre, que viene de la existencia de una tradición homosexual en la literatura en árabe, desde muchos de los poemas recopilados en la célebre antología del cordobés Ibn Hazm al gran poeta persa Abu Nawas. Así es como las minorías selectas occidentales han venido fantaseando con una situación de supuesta emancipación práctica que confunde la vida propia de un grupo minoritario –el de los círculos aristocráticos del Islam clásico– con el conjunto de una sociedad, y la libertad sexual con las situaciones de opresión y explotación a las que se veían sometidos suspartenaires sexuales.

Es cierto que existen en el islam corrientes y grupos empeñados en rescatar al propio islam de su tradición represiva. En términos teológicos, estudiosos como Scott Siraj al Haqq Kugle se han esforzado por desmontar la idea, arraigada como un dogma de fe, de que el texto coránico y los hadices condenan la homosexualidad. Es un movimiento similar al que en el cristianismo se ha esforzado por desvincular las Sagradas Escrituras de la represión contra la homosexualidad. También han existido grupos y asociaciones de ayuda, así como individuos y grupos más rupturistas e incluso provocadores. Estos grupos, extraordinariamente interesantes, no suelen recibir mucha atención. Son o han sido muy marginales y no han resistido la presión. La mentalidad musulmana sigue moviéndose en la dirección contraria, siempre impulsada por una reislamización fundamentalista.

Además, es posible que la insistencia de bastantes de ellos por hallar un lugar a la homosexualidad dentro del islam resultara imposible de entender para una cierta mentalidad propia de las democracias liberales. El islam puede ser bienvenido por parte de muchos progresistas occidentales… siempre que no se manifieste como lo que es, una religión que comporta todo un modo de vida y unas pautas de comportamiento que el creyente, si quiere seguir siéndolo, no puede dejar de lado. Esto plantea problemas, serios, que se manifiestan en el debate envenenado que está teniendo lugar en Estados Unidos acerca de la forma de compatibilizar dos minorías, tan estratégicas además, como son la gay y la musulmana, con las consecuencias políticas correspondientes. También pone de manifiesto el cinismo con el que muchas veces se ha utilizado el islam, y la homosexualidad, no para hacer posible una sociedad más abierta e integradora, sino para enclaustrar a las personas en identidades cerradas. Es lo más fácil, claro está, y lo más rentable políticamente.

© Revista El Medio

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