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José María Marco

La cotorra y la bombilla

En los próximos meses requerirá también medidas claras, tal vez drásticas –que no radicales–, que den la medida de hasta qué punto se está dispuesto a ofrecer un cambio a un electorado poco movilizado.

Esta semana han ocurrido en España varias cosas importantes.

Una de ellas es la Cena de la Libertad que celebró el Instituto Juan de Mariana en el Casino de Madrid, el jueves 31 de mayo. Se premió con todo merecimiento a Luis Reig, dedicado con sus empresas a crear riqueza, trabajo y oportunidades y, además, a apoyar centros de estudio, reuniones y publicaciones desde donde se han difundido, y apuntalado, las ideas liberales.

Reig, en su breve discurso de agradecimiento, se mostró como lo que es: un valenciano modesto, fino y con sorna. Comparó su labor a la de una cotorra que se esfuerza por repetir el océano de saber que los estudiosos liberales han ido descubriendo y describiendo con el tiempo. Pero la cotorra, dijo Reig, lleva iluminada la cabeza con una bombilla que le permite entrever, gracias a esos mismos estudiosos –y gracias a su intuición, añadiría yo– la complejidad del mundo y la inmutabilidad de las leyes que lo gobiernan. Casi tan taoístas como economistas austriacos, Reig y Gabriel Calzada, junto con otros muchos amigos, inauguraron lo que llegará pronto a ser una tradición, una de las más cotizadas y atractivas de Madrid.

Antes, y después, vino la avalancha postelectoral. En lo que nos interesa, que es la victoria de las propuestas de derechas, en particular las liberales, se pueden destacar varias cosas.

Una, la tendencia general que ha hecho del Partido Popular el más votado, el que gana en las comunidades autónomas donde tenía el poder y donde ha demostrado dos cosas: capacidad de gestión y fidelidad a los principios de libertad y unidad nacional que sustentan naturalmente las ideas de sus electorado, no las de los progresistas ni las de los nacionalistas.

Allí donde la derecha no ha actuado con la necesaria claridad ha perdido la mayoría absoluta, que es por ahora lo único que puede permitirse para defender y promocionar el bien común. En Navarra, UPN puede dar un paso más del que ha dado y ofrecer su apoyo a un gobierno minoritario de los socialistas. Si no aceptan, queda todo claro. Y si lo hacen, la derecha navarra tendrá una buena ocasión de empezar a dejar claro lo que quiere en cuestiones como la educación. Tal vez así recupere el terreno perdido primero en lo ideológico y lo cultural y ahora, para desgracia de todos, en lo político.

La decisión, de la que depende el último resto de esperanza de seguir viviendo en un país libre, recae en el fondo sobre los jefes del PP. Cuanto mas compleja y más avanzada es una sociedad, como lo son las de las comunidades gobernadas por los populares, más necesitan un liderazgo claro, unos argumentos consistentes, una ambición real sostenida en una auténtica cultura política, no una simple voluntad de figurar entre las fuerzas vivas de la oligarquía local. En los próximos meses requerirá también medidas claras, tal vez drásticas –que no radicales–, que den la medida de hasta qué punto se está dispuesto a ofrecer un cambio a un electorado poco movilizado. Y además, una comunicación constante con los agentes más dinámicos de esta nueva sociedad, como el Instituto Juan de Mariana, sin ir más lejos.

Aplíquense el cuento de Luis Reig, aunque sea con un ave más majestuosa y altiva, o sea más propia de los modos con que la grey política suele verse a sí misma.

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